martes, 7 de agosto de 2012

El último romántico


Existe una similitud en el comportamiento de las personas, al menos del mundo occidental, desde el final de la segunda guerra mundial hasta la caída o desmembramiento de la URSS.

Claro está que toda clasificación es imperfecta cuando de tiempo y comportamiento social se refiere, pues siempre hay excepciones, y los parámetros son antojadizos, solo para poner fronteras acerca de lo que se quiere manifestar.

Durante el periodo de tiempo expresado, el hombre y la mujer empezaron a verse de igual a igual, se dió un proceso de libertad sexual acompañado muchas veces con el uso de drogas en general, incluyendo el tabaco y el alcohol por las damas, que hasta el momento no era del todo bien visto.

El proceso de enamorarse dejó de limitarse a que la familia decidiera de quien uno tenía que enamorase, o a esperar que el hombre se acercase a “pedir la mano”, sino que la misma mujer consideró que ella también podía hacerlo y proponerlo.

Durante esa época se creía en el amor entre dos personas, la capacidad de sacrificio y entrega, la confianza para una gran amistad que durase el mayor tiempo posible; y a su vez, soterradamente, se iba dando el creer en el amor, pero no eterno, de ahí partió el divorcio galopante que todavía hoy rige.

Las canciones de ese periodo eran tiernas, amorosas, de deseo de estar con la otra persona, compartir con ella una vida o morir en caso de no darse. Así lo fue para Boone, Nat King Cole, Los Panchos, Lucho Gatica, Libertad Lamarque, Pedro Vargas y luego para Jobim, Luis Miguel, Raphael, Perales…para solo citar algunos.

Las películas también iban por la misma línea, y la música que acompañaba a las películas nos llevaba a suspirar, y ayudaban a que los ojos se nublasen y lloviesen. Lo que el Viento se Llevó, Historia de Amor, Un Hombre y una Mujer, versiones actualizadas de Romeo y Julieta, West Side Story, Sleepless in Seatle, entre muchas otras.

Tanto la música como los filmes nos llevaban a pensar que el amor es tierno. Se buscaba sentir una mano, un roce, un dulce beso, un mirar y admirar al ser querido y amado. Entregar una flor era significativo. La pasión, la animalidad física se contenía, se esperaba; tampoco se fijaba uno  si eras rico o pobre, no había máquina contadora para calcular costo y beneficio de la relación. Regalar un bombón de chocolate era significativo.  No nos expresaban la necesidad de contratos pre-nupciales, ni tampoco, esto es mío y esto es tuyo, sino que lo poco o lo mucho que entrase era de todos. Llevar una serenata era algo muy significativo.

Ese encanto se ha ido yendo. Ya desde que se miran en el bar salen corriendo como galgos a la cama más cercana. Un  anuncio de perfumes nos presenta a una mujer en la cama  y a un marino que se aleja,  ella toma la almohada para quedarse con  su aroma; cuestión de una noche, o de horas de una noche.  Ya no se presenta que me quitas la respiración al verte, que mi corazón retumba y se pone loco con el  solo tocarte, que mis nervios se disparan porque sé que te voy a ver. No eso ya no se presenta. Que tus manos tiemblan cuando me acerco.

El romanticismo se ha escapado. Ahora predomina la decisión de qué es lo que me conviene, cuál es el fruto que puedo sacar de esta relación, y ya el infinito no existe como meta final, sino hasta que el cuerpo aguante y hasta ahí llegamos y cuidado…

En el fondo, todo lo que he escrito más arriba no son más que berridos, cómo decía Nicola di Bari, de uno de los “últimos románticos”.

Esa era no tan digital, no tan electrónica, no tan pragmática, menos racional, más afectiva, la  extraño.  En el fondo “no sé por qué hay que cambiar si el mar y el cielo, el sol y el viento no cambian jamás”, “si el amor es amor desde siempre, por qué hay que cambiar”.

Extraño esa época…