domingo, 7 de agosto de 2016

...latino a todo dar. #224

Leyendo a otros, uno reflexiona y recuerda momentos que no pasaron desapercibidos. Quedaron en archivo. Si quedaron es porque algo hizo que se quedaran.

Yo desde que tengo conocimiento de mi sé que soy cubano, un ser privilegiado de haber nacido en la isla. Al salir de ella descubrí que no solamente era cubano, sino que no era blanco a pesar de la blanquitud de mis glúteos. Que era mulato por el simple hecho de ser de Cuba, o eras negro o mulato, y yo no era tan oscuro, luego mulato.

Aprendí también de que no solo era cubano mulato, sino hispano. No hablaba inglés de nacimiento y era visto despectivamente como eso, hispano, ser incapaz de hablar inglés correctamente. Luego ese término fue cambiado por latino, pero yo sufrí el “spik” de hispano.

Hoy me doy cuenta de que los de la isla al salir en aquel entonces hicimos inicialmente nuestro gueto, nos apropiamos de un sector del “ southwest” de la ciudad de Miami, de ahí lo de la calle ocho. Yo vivía primero con mi tía en la décima avenida con la primera calle, más tarde en la misma avenida con segunda con mis padres al salir ellos de Cuba, y por último  la tercera calle, cuando ya viví  solo al irse mis padres a Chicago relocalizados por el gobierno, y yo quedarme en el sur, en mi gueto.

Viviendo entre nosotros, yendo a misa entre nosotros, con los nuestros, estudiando en Belén, colegio jesuita solo de cubanos, actuando siempre entre los cubanos mulatos-hispanos no me percaté de ser diferente. Los distintos eran los portoriqueños con su deseo de pelear y hacer pandillas. Hasta los rubitos sin color eran distintos a nosotros, pero no los veíamos prácticamente nunca. Sabíamos dónde estaban, pero para qué ir hasta allá?

Los  cines, las cafeterías, las tiendas del “downtown” estaban inundadas de nosotros y nada. No tenía problemas de raza. No necesitaba hablar ningún otro idioma que el antillano aprendido en la isla.

Como caminábamos de un lugar a otro  por la falta de dinero, no sabía de que había asientos para blancos adelante y para nosotros los no desteñidos, atrás. Hasta que tuve que usar el autobús por razones de trabajo primero, y luego porque las distancias eran largas y no me quedaba más que subirme al bus  y después de pagar al chofer sentarme atrás. Como siempre me gustó sentarme atrás cuando salía los sábados con mi padre en la isla, pues me era normal hacerlo, hasta que un día estaba todo lleno atrás y fui a sentarme más adelante y terminé de pie con todos los asientos vacíos delante.

Pienso ahora que eso me dio sensación de sentirme parte de un grupo, un orgullo especial, identidad grupal.

Cuando en esos días salió la película “West Side Story” lloramos con María y nos sentimos portoriqueños y hasta una camisa violeta-morada compré cuando pude, ser parte del gran mundo hispano.

Se agravó todo al ir yo al norte durante el verano. Fui a Chicago donde mis padres y ya ellos vivían en un buen lugar de mexicanos, cubanos y negros, hoy se dice afro-americanos, en aquel entonces, nigers. Era más clara la situación, no eran ellos blancos y yo tampoco.

Me gustaba ir al cine y a la iglesia caminando, seguíamos sin dinero. Y tuve que correr, un grupo de no oscuros me llamó “spik” varias veces y me mandé. Me escondí un buen rato en una farmacia de las de allá que son todo además de farmacia.  Los vi buscándome, pero no se atrevieron a entrar y por cansancio supongo se fueron. A partir de ahí escogía mejor por donde caminar. No tuve más problemas “raciales “que yo hoy recuerde.

Aunque en una biblioteca aprendí que dentro de los hispanos no todos somos vistos igual. Fui a sacar un libro y no tenía identificación. La señora no estaba por darme permiso aunque se extraño del libro que había seleccionado. Ricardín, mi amigo y hermano de la vida, me había enseñado a leer, qué sí y qué no. Parece que el tema del libro  no era normal para mi edad.

Después de yo insistir, lógicamente en inglés, la señora me preguntó si yo era de Puerto Rico y dije con orgullo que era de la isla caimán y sin más me dio el libro y cada semana devolvía uno  e iba por otro hasta que me fui de la ciudad.

Tuve que regresar a Chicago en otro verano a ver a mi  padre en cama por un ataque al corazón el cual rebasó. Coincidió mi visita con los “riots” en los barrios de los negros, y las manzanas o cuadras enteras en fuego, pero eso yo lo vi desde lejos y sentí que era de lejos todo. Parece que el vivir en Venezuela ese tiempo me hizo menos mulato, pero ya era latino a todo dar.