Yo aun no cambio mi libro por un “ipad”
u otro medio electrónico para leer. Eso de que “yo no toco un libro cuando leo”
me es absurdo y revelo así mi generación.
Me gusta tener el libro en mis manos, dejarlo reposar con su marcador, ver
cuántas páginas me faltan para terminar ese capítulo. Subrayar frases que luego
releo. Anotar al margen. Y luego buscarlos a sabiendas de donde fue más o menos,
según retuve la página en mi mente. Sentir el doblar de sus páginas, oler su aroma. Quitarle la cubierta para que no se
dañe. Verlo en el librero reposando.
La verdad es que al leer una
novela me transporto. Siento en mi nariz entrar el humo de las chimeneas, o el sonido del caminar sobre la nieve escarchada y su crack característico al pisarla. El molestoso
y estridente ruido de las alarmas. El de las fábricas con sus chimeneas, y el salir de las personas cansadas, agotadas al terminar el
día. El sonido de un auto al pasar levantando el agua acumulada en un contén; los perros avisando con sus ladridos que algo
sucede y como cadena perfecta de
comunicación el ladrido pasa de uno a otro tal
si fuera por contagio epidémico.
Los pájaros revoloteando y cantando al amanecer, o del gallo loco que canta a deshora inclusive
en medio de la noche como si avisase la llegada de la muerte al igual que hacen
los lobos, auuuuuuuu! Auuuuuuu!
Loa caballos cruzando las calles,
o la carreta a toda marcha, zigzagueando por los caminos de piedra. Subimos
escaleras, corremos por las vías angostas, oscuras y húmedas. Quizás un rio cercano con
sus barcos aparcados a la orilla o el oleaje del mar con su brisa golpeando en la cara o los residuos de las olas cayendo sobre mis
ojos ensuciando mis lentes sintiendo un sabor salado sobre los labios.
Nos imaginamos las escenas donde
alguien fallece, su sufrimiento, su adiós y hasta las lágrimas salen por el
dolor de alguien que no existe, que no conocemos, pero ha tomado vida en ti y
la recordamos y la recordamos como si fuese nuestra.
Sentimos el olor y el sabor del cocido y de las papas o de la carne con su
grasa rebosante. Nos apetece de pronto un buen café en taza grande, comer
sándwiches, tu vaso de ron o vodka y sales a la cocina a buscarlo y de pronto
descubres que te has hecho parte de la novela, estás viviendo lo que los
personajes hacen página tras página, continuamente. Ya tú no estás fuera, estás
dentro del mismo papel lleno de letras
Hubo un tiempo que todo en mi era
café y sándwiches; luego me percaté que
de que los personajes de la triada de la” mujer con el tatuaje del dragón” que
se desenvuelve en Suecia además de ir a IKEA a toda hora, todo el tiempo; eso es lo que comen y beben vodka como agua,
es más, en lugar de agua; no mencionan
el agua y si lo hacen es en botellitas plásticas.
Hace no mucho estaba loco con un
ron, más tarde con el ron con su limón y su coca cola que fue
como lo conocí, una mentirita, no un Cuba Libre. Eso era lo único que tenía en mente y se me
hacia la boca agua de imaginármelo. Ghelka Vianellla, cuando le comenté lo que sentía, sólo me
preguntó: ¿alguna novela cubana estás leyendo? Y era verdad, una más de
Leonardo Padura, que ellos allá dentro, en la isla, beben ron sin más, sin
hielo porque no hay, y sin coca cola que
tampoco hay.
Sudamos y temblamos, se nos ponen
los pelos de los brazos como alfileres. Gemimos, lloramos, nos enamoramos, gritamos,
suspiramos, y todo a través de alguien que sí lo hace en la novela, pero yo lo hago
aquí y ahora por igual. Hay veces que debo dejar de leer, no puedo seguir, es demasiado, el corazón me
palpita, siento que me sube la presión, me la chequeo con mi "aparatico" y es vedad, subió, respiro
hondo, cambio de actividad, y al rato me estabilizo.
La añoranza se renueva, se reviven
escenas que se vivieron de forma
parecida o similar y se vuelven a sentir como si fuesen ahora, de
nuevo. Sufrimos con lo ajeno y también me sonrío con lo ajeno. No soy de
carcajadas; cuando me vean reírme de carcajadas agárrense que algo fuera de lo
normal está sucediendo.
El arte de viajar en el espacio y
en el tiempo sentado en mi cama con Tom posiblemente al lado. Y si gimo él se
levanta asustado, si me seco las manos del sudor de la ansiedad por lo que leo,
se mueve de curioso. Viajar en el tiempo sin moverte, sólo tu mente lo hace y
con ella todo tù. El arte de meterse en las vidas de otros sin vivirla;
viéndola en la imaginación por medio de las letras esculpidas, talladas sobre un pedazo de papel
Le comenté mis vivencias sobre
las novelas a mi amigo Ricardîn y me manifestó
que alguien de origen francés cuyo
nombre no recordaba había dicho que”
cuando uno acababa una buena novela, acababa compenetrado y desgastado, hasta
sofocado.” Y es verdad, al menos mi cuerpo
continuamente da fé de ello.