sábado, 15 de diciembre de 2012

Viajar con el libro abierto


Yo aun no cambio mi libro por un “ipad” u otro medio electrónico para leer. Eso de que “yo no toco un libro cuando leo” me es absurdo y revelo así mi generación.  Me gusta tener el libro en mis manos, dejarlo reposar con su marcador, ver cuántas páginas me faltan para terminar ese capítulo. Subrayar frases que luego releo. Anotar al margen. Y luego buscarlos a sabiendas de donde fue más o menos, según retuve la página en mi mente. Sentir el doblar de sus páginas, oler  su aroma. Quitarle la cubierta para que no se dañe. Verlo en el librero reposando.

La verdad es que al leer una novela me transporto. Siento en mi nariz entrar  el humo de las chimeneas, o el sonido del caminar  sobre la nieve escarchada  y su crack  característico al pisarla.  El  molestoso y estridente ruido de las alarmas. El de las fábricas con sus chimeneas,    y el  salir de  las personas cansadas, agotadas al terminar el día. El sonido de un auto al pasar levantando el agua acumulada en un contén;  los perros avisando con sus ladridos que algo sucede y  como cadena perfecta de comunicación el ladrido pasa de uno a otro tal  si fuera por contagio epidémico.  Los pájaros revoloteando y  cantando al amanecer,  o del gallo loco que canta a deshora inclusive en medio de la noche como si avisase la llegada de la muerte al igual que hacen los lobos, auuuuuuuu! Auuuuuuu!

Loa caballos cruzando las calles, o la carreta a toda marcha, zigzagueando por los caminos de piedra. Subimos escaleras, corremos por las  vías  angostas,  oscuras y húmedas. Quizás un rio cercano con sus barcos aparcados a la orilla o el oleaje del mar con su brisa golpeando  en la cara o  los residuos de las olas cayendo sobre mis ojos ensuciando mis lentes sintiendo un sabor salado sobre los labios.

Nos imaginamos las escenas donde alguien fallece, su sufrimiento, su adiós y hasta las lágrimas salen por el dolor de alguien que no existe, que no conocemos, pero ha tomado vida en ti y la recordamos y la recordamos como si fuese nuestra.

  Sentimos el olor y el sabor  del cocido y de las papas o de la carne con su grasa rebosante. Nos apetece de pronto un buen café en taza grande, comer sándwiches, tu vaso de ron o vodka y sales a la cocina a buscarlo y de pronto descubres que te has hecho parte de la novela, estás viviendo lo que los personajes hacen página tras página, continuamente. Ya tú no estás fuera, estás dentro del mismo papel lleno de letras
Hubo un tiempo que todo en mi era café y sándwiches;  luego me percaté que de que los personajes de la triada de la” mujer con el tatuaje del dragón” que se desenvuelve en Suecia además de ir a IKEA  a toda hora, todo el tiempo;  eso es lo que comen y beben vodka como agua, es más, en lugar de agua;  no mencionan el agua y si lo hacen es en botellitas plásticas.

Hace no mucho estaba loco con un ron,  más tarde  con el ron con su limón y su coca cola que fue como lo conocí, una mentirita, no un Cuba Libre.  Eso era lo único que tenía en mente y se me hacia la boca agua de  imaginármelo.  Ghelka Vianellla,  cuando le comenté lo que sentía,   sólo me preguntó: ¿alguna novela cubana estás leyendo? Y era verdad, una más de Leonardo Padura, que ellos allá dentro, en la isla, beben ron sin más, sin hielo  porque no hay, y sin coca cola que tampoco hay.

Sudamos y temblamos, se nos ponen los pelos de los brazos como alfileres. Gemimos, lloramos, nos enamoramos, gritamos, suspiramos, y todo a través de alguien que sí lo hace en la novela, pero yo lo hago aquí y ahora por igual. Hay veces que debo dejar de leer,  no puedo seguir, es demasiado, el corazón me palpita, siento que me sube la presión, me la chequeo  con mi "aparatico" y es vedad, subió, respiro hondo, cambio de actividad, y al rato  me  estabilizo. 

La añoranza se renueva, se reviven escenas que  se vivieron de forma parecida o similar  y se  vuelven a sentir como si fuesen ahora, de nuevo. Sufrimos con lo ajeno y también me sonrío con lo ajeno. No soy de carcajadas; cuando me vean reírme de carcajadas agárrense que algo fuera de lo normal está sucediendo.

El arte de viajar en el espacio y en el tiempo sentado en mi cama con Tom posiblemente al lado. Y si gimo él se levanta asustado, si me seco las manos del sudor de la ansiedad por lo que leo, se mueve de curioso. Viajar en el tiempo sin moverte, sólo tu mente lo hace y con ella todo tù. El arte de meterse en las vidas de otros sin vivirla; viéndola en la imaginación por medio de las letras esculpidas, talladas  sobre un pedazo de papel

Le comenté mis vivencias sobre las novelas  a mi amigo Ricardîn y me manifestó  que alguien de origen francés cuyo nombre no recordaba  había dicho que” cuando uno acababa una buena novela, acababa compenetrado y desgastado, hasta sofocado.” Y es verdad, al menos mi cuerpo  continuamente da fé de ello.


sábado, 8 de diciembre de 2012

¿Quién regala en tu casa?



La tradición española nos ha llevado a que el seis de enero los Tres Reyes Magos, (Melchor, Gaspar y Baltasar) nos traen  regalos, juguetes, lo que “ellos” puedan por Navidad. Ese día es un día de Asueto concebido inicialmente para que los niños puedan hacer uso de los juguetes al recibirlos. Se conmemora desde el punto de vista religioso,  por igual,  la Epifanía;  que es la primera vez que Jesús es visto por los otros que no son sus padres, representados por los tres magos.  Normalmente hay procesiones ese día en distintas ciudades o pueblos de Iberoamérica así como en España.

En Santiago los regalos llegan el  25 de diciembre junto con el nacimiento o cumpleaños  del niño Jesús. Se dice que el mismo Jesús  niño es quien regala. Celebramos el 24, la víspera con una cena y fiesta, para esperar el nacimiento del niño por lo que se confunden a veces las fechas entre el 24 en la noche o el 25 en la mañana.

Si por casualidad el dinero no dió para regalar en  esas dos fechas, entonces la Vieja Belén se encarga de hacerlo en otro día de enero.

Esa es la tradición religiosa: o los Reyes o el Niño Jesús.

La otra tradición nos viene del norte con el uniforme rojo de la Coca Cola y con su risa jactanciosa. Coincide con regalar el mismo día, el  25 de diciembre. Esta tradición no es hispana o latina ni religiosa para los que vivimos en esta parte de la isla.

Yo opté como padre, que ninguno de los antes mencionados eran los que regalaban, sino papá y mamá para así celebrar el cumpleaños de Jesús.

Existe la razón del regalo y no hay engaño. Quizás es que me hizo mucho daño siendo niño descubrir que mis padres me habían mentido con aquello de los Reyes y sus camellos;  y por tanto el ponerle su cubeta de  agua, buscar la hierba  y el roncito,…

 Pienso que quien miente una vez miente más. Quien engaña una vez, engaña más. Me han dicho exagerado, extremista y sabe Dios que más por esa  actitud, pero prefiero callar o desviar la conversación antes de mentir o engañar. Cuestión de educación y decisión personal  haciendo uso del libre albedrío. Así que, papá y mamá.

Y en tu casa, ¿quién regala?

lunes, 3 de diciembre de 2012

Mis padres, mi papa.



Cuando pienso en mis padres, en el fondo pienso en mi padre, ya que mi mamá disfruto de mi presencia más tiempo, así como de  sus tres nietos, al igual que haberme  acompañado  en Santiago  y luego en Santo Domingo, primero conmigo  yo solo, y ya luego acompañado. 

Por supuesto, nosotros también disfrutamos de sus conocimientos culinarios, y musicales, de sus atenciones, anécdotas yucatecas, de su comprensión, amor y dedicación, así como su gusto por el bailar cada vez que nos  juntábamos para esta época del año. ¿Quién no quiso a mi madre?

Lanzarse a lo desconocido un 4 de agosto de 1961 debe haber sido doloroso y traumático. Es comprensible que papa  muriese 10 años mas tarde en Chicago en un invierno  que nunca acepto y asimilo, al tener  un tercer ataque del corazón.

Dejar todo lo conocido  por lo desconocido. Dejar trabajo y posición que ya le había sido denigrada para  recomenzar a los 47 años de edad un nuevo proceso de vida de forma fulminante, desde cero,  debió de siempre corroerle. Mi madre siempre estuvo a su lado, más que  acompañarlo, lo mantuvo de pie  como si ella fuese un bastón viviente.

Ya en Miami le acompañe como intérprete,  a la oficina de la empresa publicitaria en la que él era vicepresidente ejecutivo en la isla. No le quisieron reconocer nada. Como las instrucciones recibidas por él fueron de voz y no por escrito, no había constancia de que se había quedado,  según ordenes de ellos mismos,  para velar por los bienes de la empresa,  hasta el final, hasta el cierre de la misma  por el nuevo gobierno. Lo acusaron de traidor a la empresa. ¡Eso de llamarlo traidor después de lo que tuvo que sufrir! 

¡Eso de llamarlo traidor después que fue llevado a la azotea de la CMQ y los milicianos hicieron amagos de tirarlo para que luciese un suicidio! Llamarlo traidor después que tuvo que humillare ante un ex empleado ahora vestido de uniforme verde olivo para que le permitiese salir de la isla como profesional no útil para la revolución.

¡Llamarlo traidor después que los milicianos conformados por empleados del trabajo fueron en la noche a registrar nuestra  casa en plan de intimidación a su propio “jefe”!  ¡Llamarlo traidor los mismos norteamericanos a quienes él les sirvió por años!

A él si lo traicionaron dentro y fuera de la isla, pero el silencio es lo mejor, aunque este te carcome, te corroe, te corrompe tu cuerpo silenciosamente poco a poco por igual.

Suplicar, mendigar un trabajo. Caminar 15 cuadras de ida y 15 de venida,  después de estar 10 horas de pie en una imprenta, para no gastar en autobús por la misma  falta de recursos.

Llorar en silencio de impotencia por no ver el presente, y menos aun el futuro. Verlo llorar aun me hace llorar.

Cuando las autoridades americanas le encominan a salir del área de Miami o perder los privilegios de refugiado, decide irse para Chicago y yo decido quedarme en Miami para terminar el “high school” en Belén  y seguir colaborando con el Directorio Estudiantil.  15 años tenía y decidí pensando en mí; él me respeto la decisión, como siempre había hecho e hizo nuevamente y haría en futuros años. Se fue a Chicago porque allá estaba mi hermana recién casada,  fue tras ella.

Al llegar a Chicago le proporcionan un trabajo decente, ser ascensorista de esos elevadores de antes que se cerraba una reja, y se le daba a un palanca y luego uno mismo lo hacía “aterrizar” en el piso correspondiente. El personal anterior era afroamericano quien es sustituido ahora  por un hispano, mi padre, todo lógico dentro del esquema americano. 

En silencio trabajo.  En sus horas de almuerzo, cual hormiga, comenzó a organizar los archivos que estaban en el sótano de la compañía  después de pedir permiso para ello. La sorpresa fue mayúscula al ver que mi padre dominaba la oficina y lo trasladan a contabilidad casi de inmediato, departamento que el al morir ya dirigía.  Su talento, su inquietud, su afán de mejorar, de ser más,  triunfo.

En el verano del 64, al terminar la escuela secundaria e ir a la ciudad de los vientos a despedirme  de ellos  para venir a radicarme a  esta parte del Caribe no aquilate el significado de lo que yo hacía en relación a ellos y en especial con él. La soledad que le regalaba. La decisión pensando en mi vocación y supuesta felicidad primo. El oyó, argumento y al final acepto como siempre hacia;  respeto total a ese imberbe de hombre que era yo. De ahí en adelante, ya no se discutió mas, fue un apoyo total y radical, no importa el sacrificio que el tuviese que hacer.

Después de ese momento los visite tres veces. La primera porque le había dado un segundo ataque al corazón y se esperaba lo peor. Estuve lo mas que pude  con él, me quedaba a dormir en el hospital bajo “instrucciones expresas escritas en el record” por parte  del médico que comprendió nuestras vidas. Cosa inusitada en USA, normal aquí en nuestro país. Una segunda vez para informar de que cambiaba de profesión, pero me quedaba por acá, no regresaba como era  lo esperado. Nada me ataba para quedarme, solo el terminar nuevamente los estudios, esta vez la licenciatura en UCMM. Aceptó y me ayudó mensualmente con el pago de la pensión donde vivía  hasta que conseguí trabajo en La Salle de Santiago.

La última vez que regresé a verlo ya fue acompañado, pero él no me vió. Recién yo casado, moría de un tercer infarto. No participó de ninguna de mis graduaciones, ni de boda, ni conoció y disfrutó de sus tres nietos dominicanos. Al menos si estuvo con sus dos nietos nacidos en Chicago por parte de mi hermana.

 El  se dió a sí mismo y solo  esperaba pacientemente unas letras mías que trataba de que fuesen semanal; adivinaba por mis letras mi estado de ánimo, mis dudas, mis sueños.  ¡Lástima que para entonces no existían los medios de comunicación que hoy hay!  Siguió viviendo sin mucha esperanza en el presente y menos aun en el futuro. Ahora yo pienso más en mi viejo que cuando él estaba ahí,  a mi lado o a vuelta de un viaje en avión.