lunes, 3 de diciembre de 2012

Mis padres, mi papa.



Cuando pienso en mis padres, en el fondo pienso en mi padre, ya que mi mamá disfruto de mi presencia más tiempo, así como de  sus tres nietos, al igual que haberme  acompañado  en Santiago  y luego en Santo Domingo, primero conmigo  yo solo, y ya luego acompañado. 

Por supuesto, nosotros también disfrutamos de sus conocimientos culinarios, y musicales, de sus atenciones, anécdotas yucatecas, de su comprensión, amor y dedicación, así como su gusto por el bailar cada vez que nos  juntábamos para esta época del año. ¿Quién no quiso a mi madre?

Lanzarse a lo desconocido un 4 de agosto de 1961 debe haber sido doloroso y traumático. Es comprensible que papa  muriese 10 años mas tarde en Chicago en un invierno  que nunca acepto y asimilo, al tener  un tercer ataque del corazón.

Dejar todo lo conocido  por lo desconocido. Dejar trabajo y posición que ya le había sido denigrada para  recomenzar a los 47 años de edad un nuevo proceso de vida de forma fulminante, desde cero,  debió de siempre corroerle. Mi madre siempre estuvo a su lado, más que  acompañarlo, lo mantuvo de pie  como si ella fuese un bastón viviente.

Ya en Miami le acompañe como intérprete,  a la oficina de la empresa publicitaria en la que él era vicepresidente ejecutivo en la isla. No le quisieron reconocer nada. Como las instrucciones recibidas por él fueron de voz y no por escrito, no había constancia de que se había quedado,  según ordenes de ellos mismos,  para velar por los bienes de la empresa,  hasta el final, hasta el cierre de la misma  por el nuevo gobierno. Lo acusaron de traidor a la empresa. ¡Eso de llamarlo traidor después de lo que tuvo que sufrir! 

¡Eso de llamarlo traidor después que fue llevado a la azotea de la CMQ y los milicianos hicieron amagos de tirarlo para que luciese un suicidio! Llamarlo traidor después que tuvo que humillare ante un ex empleado ahora vestido de uniforme verde olivo para que le permitiese salir de la isla como profesional no útil para la revolución.

¡Llamarlo traidor después que los milicianos conformados por empleados del trabajo fueron en la noche a registrar nuestra  casa en plan de intimidación a su propio “jefe”!  ¡Llamarlo traidor los mismos norteamericanos a quienes él les sirvió por años!

A él si lo traicionaron dentro y fuera de la isla, pero el silencio es lo mejor, aunque este te carcome, te corroe, te corrompe tu cuerpo silenciosamente poco a poco por igual.

Suplicar, mendigar un trabajo. Caminar 15 cuadras de ida y 15 de venida,  después de estar 10 horas de pie en una imprenta, para no gastar en autobús por la misma  falta de recursos.

Llorar en silencio de impotencia por no ver el presente, y menos aun el futuro. Verlo llorar aun me hace llorar.

Cuando las autoridades americanas le encominan a salir del área de Miami o perder los privilegios de refugiado, decide irse para Chicago y yo decido quedarme en Miami para terminar el “high school” en Belén  y seguir colaborando con el Directorio Estudiantil.  15 años tenía y decidí pensando en mí; él me respeto la decisión, como siempre había hecho e hizo nuevamente y haría en futuros años. Se fue a Chicago porque allá estaba mi hermana recién casada,  fue tras ella.

Al llegar a Chicago le proporcionan un trabajo decente, ser ascensorista de esos elevadores de antes que se cerraba una reja, y se le daba a un palanca y luego uno mismo lo hacía “aterrizar” en el piso correspondiente. El personal anterior era afroamericano quien es sustituido ahora  por un hispano, mi padre, todo lógico dentro del esquema americano. 

En silencio trabajo.  En sus horas de almuerzo, cual hormiga, comenzó a organizar los archivos que estaban en el sótano de la compañía  después de pedir permiso para ello. La sorpresa fue mayúscula al ver que mi padre dominaba la oficina y lo trasladan a contabilidad casi de inmediato, departamento que el al morir ya dirigía.  Su talento, su inquietud, su afán de mejorar, de ser más,  triunfo.

En el verano del 64, al terminar la escuela secundaria e ir a la ciudad de los vientos a despedirme  de ellos  para venir a radicarme a  esta parte del Caribe no aquilate el significado de lo que yo hacía en relación a ellos y en especial con él. La soledad que le regalaba. La decisión pensando en mi vocación y supuesta felicidad primo. El oyó, argumento y al final acepto como siempre hacia;  respeto total a ese imberbe de hombre que era yo. De ahí en adelante, ya no se discutió mas, fue un apoyo total y radical, no importa el sacrificio que el tuviese que hacer.

Después de ese momento los visite tres veces. La primera porque le había dado un segundo ataque al corazón y se esperaba lo peor. Estuve lo mas que pude  con él, me quedaba a dormir en el hospital bajo “instrucciones expresas escritas en el record” por parte  del médico que comprendió nuestras vidas. Cosa inusitada en USA, normal aquí en nuestro país. Una segunda vez para informar de que cambiaba de profesión, pero me quedaba por acá, no regresaba como era  lo esperado. Nada me ataba para quedarme, solo el terminar nuevamente los estudios, esta vez la licenciatura en UCMM. Aceptó y me ayudó mensualmente con el pago de la pensión donde vivía  hasta que conseguí trabajo en La Salle de Santiago.

La última vez que regresé a verlo ya fue acompañado, pero él no me vió. Recién yo casado, moría de un tercer infarto. No participó de ninguna de mis graduaciones, ni de boda, ni conoció y disfrutó de sus tres nietos dominicanos. Al menos si estuvo con sus dos nietos nacidos en Chicago por parte de mi hermana.

 El  se dió a sí mismo y solo  esperaba pacientemente unas letras mías que trataba de que fuesen semanal; adivinaba por mis letras mi estado de ánimo, mis dudas, mis sueños.  ¡Lástima que para entonces no existían los medios de comunicación que hoy hay!  Siguió viviendo sin mucha esperanza en el presente y menos aun en el futuro. Ahora yo pienso más en mi viejo que cuando él estaba ahí,  a mi lado o a vuelta de un viaje en avión.



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