Cuando pienso en mis padres, en
el fondo pienso en mi padre, ya que mi mamá disfruto de mi presencia más
tiempo, así como de sus tres nietos, al
igual que haberme acompañado en Santiago
y luego en Santo Domingo, primero conmigo yo solo, y ya luego acompañado.
Por supuesto, nosotros también
disfrutamos de sus conocimientos culinarios, y musicales, de sus atenciones,
anécdotas yucatecas, de su comprensión, amor y dedicación, así como su gusto
por el bailar cada vez que nos
juntábamos para esta época del año. ¿Quién no quiso a mi madre?
Lanzarse a lo desconocido un 4 de
agosto de 1961 debe haber sido doloroso y traumático. Es comprensible que
papa muriese 10 años mas tarde en
Chicago en un invierno que nunca acepto
y asimilo, al tener un tercer ataque del
corazón.
Dejar todo lo conocido por lo desconocido. Dejar trabajo y posición
que ya le había sido denigrada para recomenzar
a los 47 años de edad un nuevo proceso de vida de forma fulminante, desde cero,
debió de siempre corroerle. Mi madre
siempre estuvo a su lado, más que acompañarlo, lo mantuvo de pie como si ella fuese un bastón viviente.
Ya en Miami le acompañe como
intérprete, a la oficina de la empresa publicitaria
en la que él era vicepresidente ejecutivo en la isla. No le quisieron reconocer
nada. Como las instrucciones recibidas por él fueron de voz y no por escrito,
no había constancia de que se había quedado,
según ordenes de ellos mismos,
para velar por los bienes de la empresa, hasta el final, hasta el cierre de la misma por el nuevo gobierno. Lo acusaron de traidor
a la empresa. ¡Eso de llamarlo traidor después de lo que tuvo que sufrir!
¡Eso de llamarlo traidor después
que fue llevado a la azotea de la CMQ y los milicianos hicieron amagos de
tirarlo para que luciese un suicidio! Llamarlo traidor después que tuvo que
humillare ante un ex empleado ahora vestido de uniforme verde olivo para que le
permitiese salir de la isla como profesional no útil para la revolución.
¡Llamarlo traidor después que los
milicianos conformados por empleados del trabajo fueron en la noche a registrar
nuestra casa en plan de intimidación a
su propio “jefe”! ¡Llamarlo traidor los
mismos norteamericanos a quienes él les sirvió por años!
A él si lo traicionaron dentro y
fuera de la isla, pero el silencio es lo mejor, aunque este te carcome, te corroe,
te corrompe tu cuerpo silenciosamente poco a poco por igual.
Suplicar, mendigar un trabajo.
Caminar 15 cuadras de ida y 15 de venida,
después de estar 10 horas de pie en una imprenta, para no gastar en autobús
por la misma falta de recursos.
Llorar en silencio de impotencia
por no ver el presente, y menos aun el futuro. Verlo llorar aun me hace llorar.
Cuando las autoridades americanas
le encominan a salir del área de Miami o perder los privilegios de refugiado,
decide irse para Chicago y yo decido quedarme en Miami para terminar el “high
school” en Belén y seguir colaborando
con el Directorio Estudiantil. 15 años tenía
y decidí pensando en mí; él me respeto la decisión, como siempre había hecho e
hizo nuevamente y haría en futuros años. Se fue a Chicago porque allá estaba mi
hermana recién casada, fue tras ella.
Al llegar a Chicago le
proporcionan un trabajo decente, ser ascensorista de esos elevadores de antes
que se cerraba una reja, y se le daba a un palanca y luego uno mismo lo hacía
“aterrizar” en el piso correspondiente. El personal anterior era afroamericano
quien es sustituido ahora por un
hispano, mi padre, todo lógico dentro del esquema americano.
En silencio trabajo. En sus horas de almuerzo, cual hormiga,
comenzó a organizar los archivos que estaban en el sótano de la compañía después de pedir permiso para ello. La
sorpresa fue mayúscula al ver que mi padre dominaba la oficina y lo trasladan a
contabilidad casi de inmediato, departamento que el al morir ya dirigía. Su talento, su inquietud, su afán de mejorar,
de ser más, triunfo.
En el verano del 64, al terminar
la escuela secundaria e ir a la ciudad de los vientos a despedirme de ellos
para venir a radicarme a esta
parte del Caribe no aquilate el significado de lo que yo hacía en relación a
ellos y en especial con él. La soledad que le regalaba. La decisión pensando en
mi vocación y supuesta felicidad primo. El oyó, argumento y al final acepto
como siempre hacia; respeto total a ese
imberbe de hombre que era yo. De ahí en adelante, ya no se discutió mas, fue un
apoyo total y radical, no importa el sacrificio que el tuviese que hacer.
Después de ese momento los visite
tres veces. La primera porque le había dado un segundo ataque al corazón y se
esperaba lo peor. Estuve lo mas que pude con él, me quedaba a dormir en el hospital
bajo “instrucciones expresas escritas en el record” por parte del médico que comprendió nuestras vidas. Cosa
inusitada en USA, normal aquí en nuestro país. Una segunda vez para informar de
que cambiaba de profesión, pero me quedaba por acá, no regresaba como era lo esperado. Nada me ataba para quedarme, solo
el terminar nuevamente los estudios, esta vez la licenciatura en UCMM. Aceptó y
me ayudó mensualmente con el pago de la pensión donde vivía hasta que conseguí trabajo en La Salle de
Santiago.
La última vez que regresé a verlo
ya fue acompañado, pero él no me vió. Recién yo casado, moría de un tercer
infarto. No participó de ninguna de mis graduaciones, ni de boda, ni conoció y
disfrutó de sus tres nietos dominicanos. Al menos si estuvo con sus dos nietos
nacidos en Chicago por parte de mi hermana.
El se
dió a sí mismo y solo esperaba
pacientemente unas letras mías que trataba de que fuesen semanal; adivinaba por
mis letras mi estado de ánimo, mis dudas, mis sueños. ¡Lástima que para entonces no existían los
medios de comunicación que hoy hay! Siguió viviendo sin mucha esperanza en el
presente y menos aun en el futuro. Ahora yo pienso más en mi viejo que cuando
él estaba ahí, a mi lado o a vuelta de
un viaje en avión.
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