sábado, 31 de mayo de 2014

Al pasado "montado en guagua".

En mi archivito personal busco: ¿cómo eran los conductores de  auto en la isla?  Recurrí a mi memoria ante la siguiente pregunta: ¿Conducir allá era como en Dominicana que en línea general la persona tranquila y sumisa se convierte detrás del volante en un “rompe hielo”, ¡quítese del medio, aquí voy yo!?  Yo añadí como comentario personal: en el supermercado por igual, te apabullan si es necesario, te tumban si es necesario, te atropellan si es necesario,  como si las habichuelas se estuviesen quemando en la cocina dejada prendida.

Me quedé en silencio  por un rato. Tuve que pensar  antes de responder y dije “NO SE” porque mi experiencia en La Habana es que no hacía falta tener un  automóvil, el servicio de autobuses era suficientemente bueno, continuo, preciso en el tiempo, puntual,  desalojado, limpio, bien cuidado dentro y por fuera que no había por qué pensar en tener un  auto. Añadí, es como tener un automóvil en Nueva York, la ciudad,  ¿para qué?

Cuando se salía de noche y ya el trasporte público prácticamente era nulo, entonces entraban a funcionar las piqueras o taxis. Muchas personas por mi barrio  tenían auto  para cuando se transportaban  fuera de la ciudad,  a las fincas, casas de playa en Tarara, hacia Varadero, pero dentro de la ciudad, no.

El servicio de transporte a las escuelas era igual de bueno, a domicilio, hasta la puerta. Eran autobuses de la escuela para uso exclusivo  escolar.

Al menos esa es mi experiencia en la intersección de la 41 o Avenida Columbia, ese nombre era porque terminaba  en la Fortaleza Columbia, y  con la  42, la cual  ésta ultima moría  en La Copa de Miramar, hoy “Playa”.  41 y 42 es la  esquina,  en el Reparto Kohly, algunos decían Altos de  Almendares, en Marianao, parte de la ciudad de La Habana, Hoy diríamos, de la Gran Habana.

Por cierto, algo que aprendí hace poco es que el nombre de la ciudad de La Habana tiene el artículo determinado “la” como parte de su nombre. Si buscas algo en la red y pones Habana solamente, no aparece nada, pero si pones LA Habana todo fluye.

En una época hubo “tranvías”, pasaban por la esquina de casa, sobre  sus rieles y tomaban la corriente eléctrica como energía, si mal no recuerdo en 23 con la 12 se intercambiaban, quizás por eso más tarde esa misma intersección era la que se usaba para las transferencias de una guagua a otra. Para los años  57 pienso que ya no había tranvías en la ciudad, menos aun  teniendo como vía principal la 23.   

Cuando en el 64 al finalizar el “high school” fui a la ciudad de Chicago a ver a mis padres, me llamó la atención de verlos nuevamente por ”Oak Park”, ya iban en desuso,  quedando poco a poco solo los trenes elevados, no “subways”,  que iban al “Loop” o “downtown”.

Luego los volví a ver en San Francisco con sus calles empinadas, las cuales aparecen en todas la películas filmadas en la  ciudad, pero los tranvías  que realmente quedan con un grato recuerdo en mis adentros  son los  de la ciudad de “New Orleans”,  transitando  por calles de casas de un ayer muy ayer,  de otra edad;  en medio de ambas vías  una zona verde bien amplia, cuidada, con sus grandes árboles. Me  daba la sensación de  estar paseando por las calles del reparto Kohly,  pero en Luisiana.  Esa es una experiencia del espíritu.

Volviendo a LA Habana, los autobuses eran de dos compañías;  una de una cooperativa (la COA) con sus guaguas verdes y amarillas,  y la otra de una empresa privada (Autobuses Modernos),  y los vehículos  eran blancos, grandes,  con aire acondicionado;  les llamábamos o les decíamos “las enfermeras”, por su color blanco impecable, marca Leyland.

Por cierto, nosotros le decimos guagua a los autobuses porque la compañía estadounidense que las vendía en la isla para aquel entonces,   era la “Wa and Wa Co. Inc.” (Washington, Walton and Company Incorporated), = Wa Wa = gua gua.

En las guaguas de la cooperativa quizás te podía tocar ir de pie, en las enfermeras no, solo tomaban los pasajeros que pudiesen sentarse. Uno entraba por la puerta delantera y salía siempre por rasera, una persona recibía el dinero, pero aquí  me confundo si era como en Miami que el chofer cobraba, o había alguien que lo hacia e incluso te ponchaba el papel de las transferencias.

Un cordón-alambre  por encima de las ventanas servían al  accionarlo para avisar tu intención de bajarte en la próxima parada fija y el autobús se detenía en ella, normalmente las paradas eran al final de la calle, frente al semáforo.

Tenían horas, y  minutos fijos para cada autobús cruzar por un sitio;  eran revisados periódicamente por un inspector que  firmaba y sellaba una planilla al chofer con el reloj automático llevado en la cintura. El inspector usaba una de las paradas fijas para estos fines, nunca la misma.

Las rutas de la cooperativa eran con números, recuerdo la 28 y la 22 como las más usadas por nosotros, pero las blancas eran con letra y numero, la L1 y la L2 son las que vienen al frente de mi recuerdo.

Los sábados al salir con mi padre, pues tomábamos el ómnibus y si era necesario, hacíamos cambios en la 12 y 23 para luego ir a otra zona de la ciudad. Cerca,  en 23 y 10 estaba el “Ten Cent”.  Entiendo que la 23 y 12 en el Vedado,  era un gran cuatro esquinas con flores hacia el cementerio cercano,  cafeterías con ricos  sándwiches cubanos y media noche. Los pastelitos o turcos como se dice por acá, eran en la calle Obispo, no se por que pensé ahora en los pastelitos de cangrejo o  de guayaba, debo tener deseos de comerlos que surgen tan por su cuenta.

No, no teníamos obligación de  tener vehiculo antes de los inicios de los 60’s para trasladarnos al trabajo, al cine o de compras. Aunque siempre teníamos la piquera de Manuel para cualquier eventualidad o emergencia. Ya luego no sé, Salí, me fui o me fueron.

La avenida 41 nos llevaba hasta la Ciudad Militar o Fortaleza Columbia, donde ya en la revolución se realizó una jornada patriótica a la cual asistí y el sol hizo de mi lo que quiso; nos llevaba hacia el Instituto de Marianao,  donde me examiné de 8vo para ingresar al bachillerato; hacia el cine donde iba con Nino y mi hermana, yo de chaperón;  hacia Tropicana donde solo pude ir  30 años después por razones de edad, hacia el Colegio de Belén, donde iba a las actividades festivas y a dar clases  en la noche  a los obreros; hacia el Studium de la Tropical donde iba a hacer campo y pista, pues auque no lo crean, en aquel tiempo yo y mi delgadez éramos  muy buenos corriendo en campo corto, aunque  nunca pude hacer saltar y correr, solo correr. A grandes distancias no era tan bueno. La  41 nos llevaba  hacia el río Almendares y su puente, así como  a la estación de policía el cual  fue demolido  en los inicios del triunfo de la revolución para convertirlo  en un parque  de recreo olvidando la época de torturas, y justo ahí se convertía en la 23 hasta llegar a La Rampa, la CMQ,  y al Malecón.

No, no hacia falta vehiculo. Al menos en mi familia nos manejamos sin su necesidad, de hecho mi padre tuvo auto y decidió quedarse sin él, ¿para qué? Yo diría que los de la ciudad manejaban bien, al paso, respetando las luces y las leyes de tránsito, al menos lo que yo he podido recordar es eso, o solo a Manuel el de la piquera conduciendo.  No sé, ya hay cosas que se diluyen, están doblando la esquina del olvido, hacia el olvido.


Nota: Agradezco a Adam, a Lucie y a Pat por hacerme volver al pasado “montado en guagua”.

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