En mi archivito personal busco: ¿cómo eran los
conductores de auto en la isla? Recurrí a mi memoria ante la siguiente
pregunta: ¿Conducir allá era como en Dominicana que en línea general la persona
tranquila y sumisa se convierte detrás del volante en un “rompe hielo”,
¡quítese del medio, aquí voy yo!? Yo
añadí como comentario personal: en el supermercado por igual, te apabullan si
es necesario, te tumban si es necesario, te atropellan si es necesario, como si las habichuelas se estuviesen quemando
en la cocina dejada prendida.
Me quedé en silencio por un rato. Tuve que pensar antes de responder y dije “NO SE” porque mi
experiencia en La Habana es que no hacía falta tener un automóvil, el servicio de autobuses era
suficientemente bueno, continuo, preciso en el tiempo, puntual, desalojado, limpio, bien cuidado dentro y por
fuera que no había por qué pensar en tener un auto. Añadí, es como tener un automóvil en
Nueva York, la ciudad, ¿para qué?
Cuando se salía de noche y ya el trasporte público
prácticamente era nulo, entonces entraban a funcionar las piqueras o taxis.
Muchas personas por mi barrio tenían
auto para cuando se transportaban fuera de la ciudad, a las fincas, casas de playa en Tarara, hacia
Varadero, pero dentro de la ciudad, no.
El servicio de transporte a las escuelas era
igual de bueno, a domicilio, hasta la puerta. Eran autobuses de la escuela para
uso exclusivo escolar.
Al menos esa es mi experiencia en la intersección
de la 41 o Avenida Columbia, ese nombre era porque terminaba en la Fortaleza Columbia, y con la
42, la cual ésta ultima moría en La Copa de Miramar, hoy “Playa”. 41 y 42 es la esquina, en el Reparto Kohly, algunos decían Altos de Almendares, en Marianao, parte de la ciudad de
La Habana, Hoy diríamos, de la Gran Habana.
Por cierto, algo que aprendí hace poco es que el
nombre de la ciudad de La Habana tiene el artículo determinado “la” como parte
de su nombre. Si buscas algo en la red y pones Habana solamente, no aparece
nada, pero si pones LA Habana todo fluye.
En una época hubo “tranvías”, pasaban por la
esquina de casa, sobre sus rieles y
tomaban la corriente eléctrica como energía, si mal no recuerdo en 23 con la 12
se intercambiaban, quizás por eso más tarde esa misma intersección era la que
se usaba para las transferencias de una guagua a otra. Para los años 57 pienso que ya no había tranvías en la
ciudad, menos aun teniendo como vía
principal la 23.
Cuando en el 64 al finalizar el “high school” fui
a la ciudad de Chicago a ver a mis padres, me llamó la atención de verlos
nuevamente por ”Oak Park”, ya iban en desuso, quedando poco a poco solo los trenes elevados,
no “subways”, que iban al “Loop” o “downtown”.
Luego los volví a ver en San Francisco con sus
calles empinadas, las cuales aparecen en todas la películas filmadas en la ciudad, pero los tranvías que realmente quedan con un grato recuerdo en mis
adentros son los de la ciudad de “New Orleans”, transitando por calles de casas de un ayer muy ayer, de otra edad; en medio de ambas vías una zona verde bien amplia, cuidada, con sus
grandes árboles. Me daba la sensación de
estar paseando por las calles del
reparto Kohly, pero en Luisiana. Esa es una experiencia del espíritu.
Volviendo a LA Habana, los autobuses eran de
dos compañías; una de una cooperativa (la
COA) con sus guaguas verdes y amarillas, y la otra de una empresa privada (Autobuses
Modernos), y los vehículos eran blancos, grandes, con aire acondicionado; les llamábamos o les decíamos “las enfermeras”,
por su color blanco impecable, marca Leyland.
Por cierto, nosotros le decimos guagua a los
autobuses porque la compañía estadounidense que las vendía en la isla para aquel
entonces, era la “Wa and Wa Co. Inc.” (Washington,
Walton and Company Incorporated), = Wa Wa = gua gua.
En las guaguas de la cooperativa quizás te podía
tocar ir de pie, en las enfermeras no, solo tomaban los pasajeros que pudiesen
sentarse. Uno entraba por la puerta delantera y salía siempre por rasera, una
persona recibía el dinero, pero aquí me
confundo si era como en Miami que el chofer cobraba, o había alguien que lo hacia
e incluso te ponchaba el papel de las transferencias.
Un cordón-alambre por encima de las ventanas servían al accionarlo para avisar tu intención de bajarte
en la próxima parada fija y el autobús se detenía en ella, normalmente las
paradas eran al final de la calle, frente al semáforo.
Tenían horas, y minutos fijos para cada autobús cruzar por un
sitio; eran revisados periódicamente por
un inspector que firmaba y sellaba una
planilla al chofer con el reloj automático llevado en la cintura. El inspector
usaba una de las paradas fijas para estos fines, nunca la misma.
Las rutas de la cooperativa eran con números,
recuerdo la 28 y la 22 como las más usadas por nosotros, pero las blancas eran
con letra y numero, la L1 y la L2 son las que vienen al frente de mi recuerdo.
Los sábados al salir con mi padre, pues tomábamos
el ómnibus y si era necesario, hacíamos cambios en la 12 y 23 para luego ir a
otra zona de la ciudad. Cerca, en 23 y
10 estaba el “Ten Cent”. Entiendo que la
23 y 12 en el Vedado, era un gran cuatro
esquinas con flores hacia el cementerio cercano, cafeterías con ricos sándwiches cubanos y media noche. Los
pastelitos o turcos como se dice por acá, eran en la calle Obispo, no se por
que pensé ahora en los pastelitos de cangrejo o de guayaba, debo tener deseos de comerlos que
surgen tan por su cuenta.
No, no teníamos obligación de tener vehiculo antes de los inicios de los 60’s
para trasladarnos al trabajo, al cine o de compras. Aunque siempre teníamos la
piquera de Manuel para cualquier eventualidad o emergencia. Ya luego no sé,
Salí, me fui o me fueron.
La avenida 41 nos llevaba hasta la Ciudad
Militar o Fortaleza Columbia, donde ya en la revolución se realizó una jornada
patriótica a la cual asistí y el sol hizo de mi lo que quiso; nos llevaba hacia
el Instituto de Marianao, donde me
examiné de 8vo para ingresar al bachillerato; hacia el cine donde iba con Nino
y mi hermana, yo de chaperón; hacia Tropicana
donde solo pude ir 30 años después por
razones de edad, hacia el Colegio de Belén, donde iba a las actividades
festivas y a dar clases en la noche a los obreros; hacia el Studium de la
Tropical donde iba a hacer campo y pista, pues auque no lo crean, en aquel
tiempo yo y mi delgadez éramos muy buenos
corriendo en campo corto, aunque nunca
pude hacer saltar y correr, solo correr. A grandes distancias no era tan bueno.
La 41 nos llevaba hacia el río Almendares y su puente, así como
a la estación de policía el cual fue demolido en los inicios del triunfo de la revolución
para convertirlo en un parque de recreo olvidando la época de torturas, y
justo ahí se convertía en la 23 hasta llegar a La Rampa, la CMQ, y al Malecón.
No, no hacia falta vehiculo. Al menos en mi
familia nos manejamos sin su necesidad, de hecho mi padre tuvo auto y decidió
quedarse sin él, ¿para qué? Yo diría que los de la ciudad manejaban bien, al paso,
respetando las luces y las leyes de tránsito, al menos lo que yo he podido recordar
es eso, o solo a Manuel el de la piquera conduciendo. No sé, ya hay cosas que se diluyen, están
doblando la esquina del olvido, hacia el olvido.
Nota: Agradezco a Adam, a Lucie y a Pat por
hacerme volver al pasado “montado en guagua”.
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