No puedo dejar de ser quien soy. Parte de lo
que soy se debe a la formación o educación que recibí y sigo recibiendo, pues
uno no deja de aprender, aquilatar, aprehender conceptos e ideas, reformularse, pasar por un
proceso de reingeniería consigo mismo, adquirir nuevas destrezas y habilidades,
enfrentarse con su yo profundo en el silencio para auto comprenderse y poder así hacer todo lo dicho anteriormente.
A uno lo educan, o a mi en este caso, con el deseo de saber más, aprender más, no
quedarse con lo que ya conoce, hurgar, investigar, puede que sea aquello del
“magis de San Ignacio”, pero también sė que buscar lo mejor sin sopesar lo
bueno que tienes delante te puede dejar
sin lo bueno y sin lo mejor, “mas vale pájaro en mano que mil volando”,
pero luego que ya tienes el pájaro contigo, ¿quė te impide seguir domesticando
otras aves?
Hay algo en lo que sigo siendo un inadaptado,
dentro de la sociedad dominicana o de cualquier sociedad latina, ya sea
italiana, española, cubana, venezolana, argentina, latina. Mi mal es solo uno
en este sentido, no sė gritar cuando otro habla, no se abrir la boca con
energía cuando otro lo hace, más bien enmudezco, me retraigo cual molusco
dentro de su concha, o como un cangrejo que recula y se mete en su cueva.
No me educaron a imponerme, a no ser que estė
enojado y pierda el control de mi mismo, ahí Si lo hago, pero como me enseñaron a controlarme, a ser civilizado,
pues me muerdo la lengua, bajo la cabeza, retrocedo un paso, me aíslo, paso a
un silencio casi absoluto, digo casi, pues puede que el que estė a mi lado oiga mis resoplidos.
Hasta el día en que pusieron los papelitos con números para
atender por orden de llegada, fueron muchos las heladerías, farmacias, dulcerías,
panaderías a las cuales dejė de visitar, porque me molesta que me quiten mi
espacio, se introduzcan en mis fronteras, me topeten, empujen, metan su axila hedionda
en mi nariz, me griten en mi oído, no lo soporto. Mi espacio es mi espacio, y
mi turno es mi turno, mi derecho es mi derecho. Si y respeto a los otros, ¿por
quė me invaden? Suena a berrinche y lo es, me enculilla.
No obstante, cuando llegaron los papelitos fueron
muchas las veces que tuve que preguntar:
¿Atienden por número o es de adorno? ¿Por qué número van, porque no me he movido
de aquí y veo que otros van delante y recién llegan? No hay cultura de orden y yo
debo tener un gen suizo medio extraviado.
En un grupo no se me ocurre hablar de una esquina a la otra esquina, mas bien con los cercanos a uno, ya
en un círculo la cosa cambia, nadie queda lejos. El hacerme sentir gritando no está
en mi, pienso que debo hacerme notar con mi participación, por mis ideas, por una exposición tranquila, mesurada, pero nunca por
imponerme al derecho y pensamiento de otros.
Cuando estuve en INTEC y era parte del Consejo Académico, Eduardo Latorrre, Rector entonces, siempre proponía consenso
basado en ideas claras, precisas y que todos las apoyásemos no por imposición
sino por convicción, todos votábamos a favor o en contra, nadie podía decir que
ėl o ella “no estaba de acuerdo, pero la mayoría se impuso y…”; solo así nos
defenderíamos uno al otro mas tarde, luego, en el quehacer diario, con un
pensamiento y acción monolíticos. Me quedė con esa visión en mi actuar grupal,
institucional.
Siempre he valorado más al dirigente que por
detrás traza la ruta a seguir, que al líder que se empotra y aparece como cabeza andante.
Últimamente me ha sucedido que no he abierto mi
boca lo suficiente, o el tono de mi voz no lo es, quizás es que no me ha lucido
“polite” el hacerlo y otros toman la delantera y SI lo hacen, gritan, no
hablan, gritan, y esa es mi debilidad.
Digamos que me dejo apabullar por la voz más alta y si es del sexo femenino, una mujer, más aun,
pues pienso que es indelicado el aullar, rugir sobre la voz de una dama.
¡Que complicado soy!, pero no puedo dejar de
ser yo.
Todo lo expresado hasta aquí porque me he puesto a analizar algunos
comportamientos míos últimos en grupo, sus resultados, causas; suelo revisarme periódicamente, es parte de
la educación jesuítica; y he llegado a
esta conclusión: no me educaron para gritar, sino para escuchar, ver, oír,
observar, analizar, anotar y opinar,
nunca avasallar, ni imponer mis ideas, sino buscar el consenso aunque eso
signifique que no todos mis aportes se den como buenos y válidos. No me
justifico, solo trato de entenderme, ya dije antes, no puedo dejar de ser yo;
en este caso, variar alteraría mis principios, mi zapata.
Como siempre, querido Jorge, claro, directo, preciso, franco y auténtico. Siempre, desde las aulas hasta hoy día, he admirado esas cualidades en ti... Qué bueno que sigas siendo tú! Así te queremos los que te queremos!!!
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