Hay momentos en este caminar que uno desea no
seguir caminando, detenerse, sentarse y ya;
hay otros en que aunque sea arrastrándose, se sigue; uno entiende que
debe sacar de donde parece no existir más
fuerzas, el deber, la responsabilidad, la crianza, la educación, el bagaje te
levanta cual bastón y hasta te sorprendes gritando a solas de dolor, un dolor
existencial, visceral.
Siempre en el fondo de nuestro peregrinar la
gran pregunta, ¿vale la pena todo lo que uno intenta hacer con sus
posibilidades limitadas, muy finitas, extremadamente finitas?, y se ve uno las manos no callosas, pero si arrugadas y
sigue la pregunta dando vueltas, no se calla el gusanillo: ¿por una mejor
sociedad anónima, pues es en abstracto?, ¿por un mejor futuro que ciertamente no
veré?
Todo se hace más difícil al ir teniendo
contacto con esa realidad circundante, una sociedad cambiante que te choca y pega como aire seco del desierto en el mismo rostro;
cierras los ojos por instinto, y te encuentras ahí ante ti la pobreza, humana y pobreza del
bolsillo, ahí esta en escalada la inseguridad física y espiritual; ahí esta el mundo pragmático material y el
tuyo chocando con todo tu ser, por tu
formación idealista e ingenua.
De pronto te topas y conoces gente como tu, no
uno o dos, sino muchos, a lo largo del país, del planeta, en zonas y regiones diversas, en situaciones distintas,
pero todos arando en arena, todos
arrojando la palabra a diestra y siniestra, todos, solo como coraza, el pecho y con una sola arma: las
ganas de pensar que la humanidad es buena y vale la pena hacer algo por ella,
no en nombre de un Dios o una divinidad, sino por ella misma, porque ella
merece tu sacrificio.
En medio del dolor de tu espalda, en medio de tu
lento percibir y percatarte de que las fuerzas
físicas aminoran con el tiempo, y a tus
rodillas les cuesta levantarte; ellos
con su sudor, con su existir diario solo saben decir: no estas solos, somos muchos
anónimos, y aunque no lo veamos, aunque no seremos testigos del mañana, si hay
que seguir, si hay que seguir serpenteando la tierra, seguir creando canales
de riego, seguir arando con las uñas, pero seguir, solo eso, seguir hasta que ya el cuerpo te diga adiós, o
más bien sea el cuerpo el que te diga:” vete, que ya no puedo más contigo, adiós” y
entonces, en ese entonces digamos adiós, hasta la próxima y adiós, dejando
atrás estelas en la mar
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