sábado, 15 de noviembre de 2014

Hay momentos.

Hay momentos en este caminar que uno desea no seguir caminando, detenerse, sentarse y ya;  hay otros en que aunque sea arrastrándose, se sigue; uno entiende que debe sacar de donde  parece no existir más fuerzas, el deber, la responsabilidad, la crianza, la educación, el bagaje te levanta cual bastón y hasta te sorprendes gritando a solas de dolor, un dolor existencial, visceral.

Siempre en el fondo de nuestro peregrinar la gran pregunta, ¿vale la pena todo lo que uno intenta hacer con sus posibilidades limitadas, muy finitas, extremadamente finitas?, y se ve uno  las manos no callosas, pero si arrugadas y sigue la pregunta dando vueltas, no se calla el gusanillo: ¿por una mejor sociedad anónima, pues es en abstracto?, ¿por un mejor futuro que ciertamente no veré?

Todo se hace más difícil al ir teniendo contacto con esa realidad circundante,  una sociedad cambiante que te choca y pega  como aire seco del desierto en el mismo rostro; cierras los ojos por instinto, y te encuentras  ahí  ante ti la pobreza, humana y pobreza del bolsillo, ahí esta en escalada la inseguridad física y espiritual;  ahí esta el mundo pragmático material y el tuyo chocando con todo tu ser,  por tu formación idealista e ingenua.

De pronto te topas y conoces gente como tu, no uno o dos, sino muchos, a lo largo del país, del planeta, en zonas  y regiones diversas, en situaciones distintas, pero  todos arando en arena, todos arrojando la palabra a diestra y siniestra, todos, solo  como coraza, el pecho y con una sola arma: las ganas de pensar que la humanidad es buena y vale la pena hacer algo por ella, no en nombre de un Dios o una divinidad, sino por ella misma, porque ella merece tu sacrificio.

En medio del dolor de tu espalda, en medio de tu lento percibir y percatarte  de que las fuerzas físicas aminoran con el tiempo, y a  tus rodillas  les cuesta levantarte; ellos con su sudor, con su existir diario solo  saben decir: no estas solos, somos muchos anónimos, y aunque no lo veamos, aunque no seremos testigos del mañana, si hay que seguir, si hay que seguir  serpenteando la tierra, seguir creando canales de riego, seguir arando con las uñas, pero seguir, solo eso,  seguir hasta que ya el cuerpo te diga adiós, o más bien sea el cuerpo el que te diga:” vete,  que ya no puedo más contigo, adiós” y entonces, en ese entonces digamos adiós, hasta la próxima y adiós, dejando atrás estelas en la mar

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