Escribir es
una forma de trascender, de ir más allá del tiempo y posiblemente también del
espacio, pues trasciendes fronteras, rompes muros de silencio y mis miedos ya
no son solo míos, son de todos.
Al releer
descubres tu pensamiento en el ayer, cómo pensabas entonces y aparecen ante ti aspectos que han cambiado, aunque otras no parecen haber evolucionado del todo.
Es como si hubiese escrito hoy, pero en el ayer. Vigente hoy y en el ayer. El
ayer de pronto ya no es ayer, sino un continuum en el tiempo y el espacio.
Puede que
un poco más, sin tener la intención, entras en la mente de alguien y le dejas
tu semillita que quizás germine sin nadie darse por aludido, pero ahí va como
polen y hago paralelo mental entre mis manos al escribir y las abejas trabajadoras,
esparcir la vida, la procreación; en este caso de ideas, vivencias,
sentimientos.
Ampliar las
fronteras de la soledad dejando de estar solo, creando un puente o un túnel
subterráneo entre los otros y yo. Los otros, ustedes; yo, mi mente y corazón. Los secretos dejan de
serlo. Las vivencias son compartidas. Pasamos al nosotros abandonando el simple
yo.
Hay un poco
de fe en todo esto. Fe de que realmente lo lean, mediten, piensen, critiquen, no quede
guardado en un espacio dentro de la nube.
Fe de que
lo entiendan desde mi cristal, fe de haber escogido las palabras adecuadas. Fe
de que se dé la conexión tarde o temprano.
La
profundidad al escribir me da miedo de que yo mismo no me entienda y me quede
en el fondo del abismo lleno de palabras huecas, sin sentido, discordantes. Me
imagino las palabras eblliendo tal burbujas dentro de un recipiente lleno de
agua en el proceso de ebullición, salpicando y quemando al descuido.
Mas sin
embargo, al final, te deja una sensaion de paz, de ecuanimidad, el haber vertido
tus ideas, tu vida presente en un papel. Haberte zafado de todo.
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