viernes, 3 de mayo de 2013

La cicatriz


Quienes han leído mis escritos en este blog desde sus inicios, saben que la bicicleta y yo éramos uno. No existía el Jorgito sin la bicicleta, ni la bicicleta sin el Jorgito.

Hay dos escritos o más dedicados a mi bici. Volver a hablar de ella no viene a cuento ahora, pero sí de  algo que sucedió en una de mis andanzas "bicicleteras". 

"Mi" calle era un poco empinada hacia el sur, de forma tal que uno la subía y luego se dejaba rodar y  llevar por su impulso. Para nosotros era una montaña o al menos una loma, quizás ahora al volver a  ver, pues es nada, no existe. De todas formas, para nosotros estaba ahí y  eso hacíamos.

Cuando las hembras se unían, ellas en sus patines eran llevadas detrás de uno hacia la “loma” y luego  desde ahí bajaban a grandes velocidades. Varones siempre en bicicleta y las damas en patines.

Lógicamente, uno hacia piruetas, bajaba suelto de  manos, encaramados sobre el  sillín o lo que uno pensaba en ese momento que se la ”estaba comiendo” más aun si las chicas estaban presentes.

En una de esas, yo tendía a tomar el timón de la bici por las puntas  hacia arriba como una forma de yo  coger más velocidad,  bajaba  mi cuerpo, casi acostado, siempre buscando  como ya dije, más velocidad.

Pues, no sé qué paso, defecto de fábrica diríamos, pero en una, me quedé con el timón en la mano y la sorpresa fue tal, que no reaccioné, perdí el equilibrio y casi en una eternidad, en cámara lenta, según mi percepción del momento,   fui cayendo al pavimento que me esperaba con los brazos abiertos llenos de su rudos poros, y de  su infernal  calor  del medio día,  culpa  del radiante sol que suele regustarse precisamente   a esa hora  sobre  todo lo que sea de  color obscuro, máxime si es negro como el asfalto.

Detrás de mi barbilla, que fue lo primero que topó el pavimento, siguió el resto de mi cuerpo y más detrás la bicicleta sobre mí. De una vez, como un resorte,  todos los vecinos salieron a la calle, a ver qué era lo que había sucedido ante el sonido que mi aparatosa caída provocó. Los vecinos eran parte de la vida de uno. No hay barrio sin vecinos, no es como ahora que no sabemos quien vive al lado de uno. En esa época eramos como una gran familia donde todos opinan.

Perdí un pedazo de mi barbilla en el  negro piso que aun no se ha repuesto, aun existe su hendidura y su cicatriz. Salió toda la sangre del mundo y  fui llevado a la clínica para que me hicieran o pusiesen unos puntos.

El tronco donde iba el timón se partió desde su base por la presión hacia arriba que yo le hice y luego hubo que soldar , pues la pieza ya no la había. Al menos eso fue lo que nos dijeron en "Sears" que fue donde se compró esa belleza de bicicleta O J  Higgins plateada; me imagino que ya empezaban a escasear algunas cosas para esa fecha de inicios de los 60's.

Hoy temprano me  acordé de esa caída, de mi barrio y  de mi bicicleta.  Eso sucede a menudo, sobre todo cuando estoy un poco apurado.

La navaja al afeitarme cae en la herida, cicatriz, o como ustedes entiendan, para mi es un cráter cuando siento la navaja introducirse en él, el dolor, y de una vez brotar a borbotones la sangre. Mi correr nervioso  para hacer lo necesario que impida que siga saliendo  y poder ir al trabajo sin que se note mucho. Normalmente fallo, y algún alumno me recuerda que me corte afeitándome.

Yo les aseguro que he perdonado a los fabricantes de la bicicleta, he perdonado a mi bicicleta por dejarme caer, pero la cicatriz está ahí conmigo, y es la cicatriz la que no me hace olvidar lo que pasó, y revivo el hecho, y me doy cuenta de la hendidura en mi barbilla cuando la acaricio con mis yemas de los dedos.

Vean, no basta que yo haya perdonado , y hasta casi haber  olvidado ese hecho que ahora les cuento;  las cicatrices existen y de vez en cuando nos hacen recordar el por qué existen,  en este caso en mi barbilla, parte de mi rostro. Dudo que los que me conocen personalmente se hayan dado cuenta de esta marca de la niñez, pero a  la cuchilla suele gustarle su presencia y recordarme su existencia y la historia de la misma. Pensé que era asunto de la Gillette, pero cambié a Schick y siguió lo mismo. Conseguí la super con todos los aloes  y la no super sin nada,  y siguió lo mismo. No es cuestión de cuchilla, es problema de cráter.
  
Podemos perdonar, pero olvidar es más difícil, existen las cicatrices como un sello indeleble que nos obliga a  recordar cuando uno menos lo espera. Mi barbilla es testigo de lo dicho y no olviden que aun adoro mi bici.
          

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