Hay situaciones por
las que uno pasa, sin comerla ni beberla, que luego uno se cuestiona a si mismo
y ¿cómo fue? ¿De dónde salió esa actitud? Y aquí les cuento algunas,
todas en el verano del 1964 en Chicago, Illinois, ya hace un tiempo, pero son de
las cosas que no deben olvidarse y deben reposar en los recuerdos guardados
"en la esquina".
Me gusta
caminar paseando, no por hacer ejercicios, sino mirando, viendo,
escuchando, conociendo. Digamos que soy un anti deportista, no, eso es
muy fuerte, un NO- deportista que le gusta la naturaleza, incluyendo la humana,
y el conocimiento de ella. Para esa fecha yo era bastante delgado y aun no era
mayor de edad y por tanto sin mi salvavidas perenne. Mi locura en la isla era
la bicicleta, pero en el exilio nunca tuve una, por tanto caminaba.*
-De esas caminatas
por el barrio de Ocean Park descubrí que los miércoles en el cine
exhibían una película a un precio mucho más económico y por tanto allá
fui en la tarde. Tiendo a sentarme atrás, así veo la película y sus
alrededores, y como siempre me senté solo, pues andaba solo. Al rato veo a un
señor mayor, quizás cerca de los 50 años sentarse en la fila delante, verme de
reojo y al rato acercarse más a donde yo estaba. Pasa su brazo izquierdo sobre
las sillas y de pronto deja caer su mano hacia donde yo estaba y luego cerrándola en un puño, la empieza a mover hacia arriba y
hacia abajo. No sabia hasta ese momento lo que quería decir eso, pero lo
intuí. Me levanté, y me dirigí como si fuese al baño y de pronto me escondí,
esperé que el saliese hacia el baño y volví a entrar a la sala de cine, pero
esta vez me senté agachado, casi acostado. Al rato lo volví a ver entrar,
mirar a todos lados para luego sentarse más lejos de donde yo estaba
ahora. Vi mi película y traté de salir lo más escurridizamente que
pude.
-Caminando, otro día
descubrí una biblioteca pública. Entré. Era modesta, sencilla, como de la zona
y su luz más tenue que brillante. Miré algunos libros y dos me
llamaron la atención, los tomé y fui a la mesa de entrada. Ahí estaba una
señora joven, algo locuaz con sus ojos. Simplemente me le acerqué y pregunté si
podía pedirlos prestado. Claro, me pidió un ID o identificación y yo carecía de
ella. Sé que bajé la cabeza y le dije que acababa de venir de Miami a ver a mis
padres, no tenia identificación alguna. La respuesta fue clara, no podía
prestármelos. Supongo que puse cara de desilusión, sin soltar los libros de la
mano, los cuales descansaban sobre la mesa. De pronto ella me preguntó:
“eres de Puerto Rico?” Yo me sonreí, como diciendo, ¡cómo me puede
confundir! Y le contesté:” No, soy cubano.” Ella me volvió a ver,
escudriñar un poco y me dijo: “muy bien, te los puedes llevar, pero vamos a
llenar unas formas.” Y así hice, y cada semana siguiente iba a devolver
los libros prestados y a sacar otros nuevos hasta que terminó el verano.
-Regresaba de mis
visitas diarias a la iglesia, un poco lejos de donde mis padres vivían; no
puedo dejar de decir que las iglesias católicas de USA que he visitado me encantan,
me da un placer que ninguna iglesia criolla, ni en la isla ni aquí en
esta parte de esta otra isla han logrado; es su olor, su luz, su humedad,
los bancos, los libros puestos para meditar, el agua bendita a la entrada, el
silencio, la intimidad, bueno… ya saben que me encantan. El caso es que
regresaba por la calle ancha o avenida donde hay más tráfico y tiendas hacia el
apartamento donde vivían mis padres cuando un grupo de
jóvenes reunidos en una escalinata de un edificio me ven y de una vez, me
llaman y me dicen: “hey spik! Y lo repiten ya más alto y con fuerza:
“! HEY SPIK!” Yo ya me imaginé lo que vendría después, rodearme,
empujarme de un lado a otro y golpearme; al menos así fue en Miami que me pasó
antes, así que, patica para que te tengo y apreté el paso, no corrí, es mejor
siempre no correr, sentí que se pusieron de pie y ellos empezaron a hacer lo
mismo, a caminar con esmero, eran como cinco, “blancos”, yo latino. No
estaban aceptando a un latino o hispano o “spik” por su zona. Entré de un
pronto al doblar la esquina en una farmacia al estilo de allá, que son de todo
menos farmacia, ellos pensaron que yo solo había doblado y ahí me quedé
escondido de nuevo, siempre con mis manos dentro de mis bolsillos para
que los dependientes no pensasen que yo estaba por hurtar algo, al fin y al
cabo, era un latino en un mundo de blancos. Esta costumbre aun la tengo, entro
en una tienda y pongo las manos en los bolsillos si es que solo voy a mirar, al
igual que esa el artista principal en “The Mentalist” al entrar en una escena
del crimen. Cuando entendí que ya se habían cansado de buscarme, salí.
Aceleradamente regresé a la casa de mis padres. Nunca volví a usar esa vía de
caminata.
He ahí tres
situaciones, que aunque los años han pasado los recuerdo y los he contado
más de una vez. Escenas vividas del USA de ayer y de hoy, racismo con razón o
sin ella donde hay que tener presente
que era en los 64’s, y la famosa
pedofilia que tanto se oye hoy día, aunque en este caso más bien seria
homosexualismo degenerado, que no es lo mismo ni es igual al homosexualismo de pareja, con sentimiento.
Al cine volví con mi mamá a ver una película
de Disney de un gato que iba al cielo y donde ella lloró y lloró, mamá era
realmente una niña grande; a la farmacia volví, pero entrando por el lado
contrario; sobre la biblioteca, aun hoy me doy cuenta de que ser
cubano es ser cubano, para bien o para mal, y el orgullo existe
de serlo, es como el anuncio ese, no tiene precio.
Ah, y cuando voy a
USA trato de entrar y sentarme un rato en la iglesia que me toque pasar
por ella, es un placer interno indescriptible, es un placer estético, es solo
eso, un placer.
* Ver en el blog:
"Mi bici" y "Caminando bajo la lluvia".