¿Cuándo dejamos de ser padres?
Nunca.
Desde que nos avisan que vamos a ser padres, algo cambia en uno, ya las
cosas empiezan a verse distintas, se adquiere un sentimiento de responsabilidad
que antes pudiese no haber existido, uno empieza a ser más conservador, y
comienza el proceso de pensar en otro ser junto a uno. Se deja de beber
alcohol, de tener fumadores cerca,
pensar en una alimentación más balanceada para dos.
A medida que el vientre empieza a notarse hay como un sentir “no hay marcha
atrás” y la pregunta de siempre: ¿Nacerá sano o sana? ¿A quien se parecerá? ¿De qué sexo será?, preguntas que hoy día la
ciencia nos las va a ir contestando a medida que la sonografía y los ecos nos
vayan dando información. Algunos prefieren la sorpresa del último momento. Otros tienen ya la foto en la sala
de la casa del ser que aun no ha nacido, pero existe y tiene vida.
Al escuchar, ver y sentir las patadas de ese nuevo ser ocurre otro brinco del corazón. Se acerca la hora. Se le pone música
cerca del vientre para que la escuche y se relaje; se le habla, se le pasa la
mano para que nos sienta y empieza por medio de una pared natural a darse una
comunicación entre padre e hij@, más aun entre madre e hij@ quienes conviven el
un@ con la otra, se han hecho uno hace mucho tiempo atrás.
Nace, y ahí, si todo estaba
cambiando, acaba por cambiar.
Horas de sueño interrumpido, horas para baño, hora para las comidas, hora
para la siesta, hora para…, y ver el proceso milagroso de la evolución donde
los menos importantes somos nosotros el
centro de todo es ese nuevo ser que ha llegado y nos va arropando.
De pronto se hace grande, va a la escuela, se enamora, sufre, ríe y goza
con sus camaradas, se gradúa, se casa y se va.
Pero en nuestras mentes, en nuestros corazones lo o la seguimos viendo como
un ser que salio de nosotros, donde aun
existe un cordón umbilical mayor que el físico el cual fuese cortado al nacer; el del amor.
Pasaremos quizás unos años más tarde, con el tiempo, a depender de ellos, los hijos, pero siempre seguiremos
siendo padre o madre, nunca dejaremos de preocuparnos en nuestro silencio, a
tenerlos presentes ante la galopante ausencia propia del crecer; él o ella nunca dejará de ser aquella diminuta persona
que tuvimos en brazos en un ayer ya
lejano, nunca dejará de ser la personita que dependía de nuestra seguridad y
cariño que le trasmitíamos al él o ella escuchar nuestro corazón latir cada vez
que le aprisionábamos contra nuestro pecho para que se convirtiera en una
persona con nosotros mismos.
Por eso, nunca dejamos de ser padres, me atrevería a decir, ni con la
muerte dejamos de serlo, seguimos presentes. Nunca nos vamos.
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