viernes, 20 de septiembre de 2013

¿Cuando dejamos de ser padres?

¿Cuándo dejamos de ser padres?

Nunca.

Desde que nos avisan que vamos a ser padres, algo cambia en uno, ya las cosas empiezan a verse distintas, se adquiere un sentimiento de responsabilidad que antes pudiese no haber existido, uno empieza a ser más conservador, y comienza el proceso de pensar en otro ser junto a uno. Se deja de beber alcohol, de tener  fumadores cerca, pensar en una alimentación más balanceada para dos.

A medida que el vientre empieza a notarse hay como un sentir “no hay marcha atrás” y la pregunta de siempre: ¿Nacerá sano o sana?  ¿A quien se parecerá?   ¿De qué sexo será?, preguntas que hoy día la ciencia nos las va a ir contestando a medida que la sonografía y los ecos nos vayan dando información. Algunos prefieren la sorpresa del último  momento. Otros tienen ya la foto en la sala de la casa del ser que aun no ha nacido, pero existe y tiene vida.

Al escuchar, ver y sentir las patadas de ese nuevo ser ocurre  otro brinco del  corazón. Se acerca la hora. Se le pone música cerca del vientre para que la escuche y se relaje; se le habla, se le pasa la mano para que nos sienta y empieza por medio de una pared natural a darse una comunicación entre padre e hij@, más aun entre madre e hij@ quienes conviven el un@ con la otra, se han hecho uno hace mucho tiempo atrás.

Nace, y ahí,  si todo estaba cambiando, acaba por cambiar.

Horas de sueño interrumpido, horas para baño, hora para las comidas, hora para la siesta, hora para…, y ver el proceso milagroso de la evolución donde los menos importantes somos nosotros  el centro de todo es ese nuevo ser que ha llegado y nos va arropando.

De pronto se hace grande, va a la escuela, se enamora, sufre, ríe y goza con sus camaradas, se gradúa, se casa y se va.

Pero en nuestras mentes, en nuestros corazones lo o la seguimos viendo como un ser que salio de nosotros, donde  aun existe un cordón umbilical mayor que el físico el cual  fuese cortado al nacer; el del amor.

Pasaremos quizás unos años más tarde, con el tiempo,  a depender de ellos, los hijos, pero siempre seguiremos siendo padre o madre, nunca dejaremos de preocuparnos en nuestro silencio, a tenerlos presentes ante la galopante ausencia propia del crecer; él o ella  nunca dejará de ser aquella diminuta persona que tuvimos en brazos  en un ayer ya lejano, nunca dejará de ser la personita que dependía de nuestra seguridad y cariño que le trasmitíamos al él o ella escuchar nuestro corazón latir cada vez que le aprisionábamos contra nuestro pecho para que se convirtiera en una persona con nosotros mismos.

Por eso, nunca dejamos de ser padres, me atrevería a decir, ni con la muerte dejamos de serlo, seguimos presentes. Nunca nos vamos.




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