jueves, 28 de octubre de 2010

Caminar lloviendo.

Estaba lloviendo. Era solamente cruzar la calle, buscar lo que se necesitaba, y ya.

Busqué mi  sobretodo negro, una reliquia para mi, mi padre me la regaló días antes de yo dejarlos atrás. Me la regaló negra para que pegara con todo y suponía que así no iba a tener problemas con poder quedarme con ella.  Eso fue  un final de agosto, tenía 17 años. Desde  entonces  viaja conmigo, no lo dejo, ya se le ven los años, pero es demasiado fiel para dejarlo.

Abrí  la puerta  sobretodo en hombros.  Llovía bastante, me la abotoné con la mano izquierda, no sé por qué con la izquierda, pues esa mano solo me acompaña,  no le doy mucha función.

Bueno, salí  y  pensé que el sombrero que también me había regalado, se quedó en algún lugar. Supuse que sucede  como con las sombrillas, la dejas y se te olvida recogerla.  Era gris el sombrero, para el agua o la nieve, tipo Capone, por algo  estábamos en Chicago  cuando el Viejo  hizo el sacrificio de comprarme  todo lo necesario para ese viaje sin regreso aparente. Solo volví dos veces.  Cuando tuvo su segundo ataque al corazón y me quedé cuidándolo hasta que regresó a la casa,  y dos años maás  tarde  a darle el ultimo adiós a su cuerpo, pues a su espíritu nunca he tenido que decirle adiós, sino hasta ahorita.

Crucé la calle, el agua caía sobre mi cabeza, gentilmente, acariciándome y me trasladé a mi niñez. Mi mamá cuando llovía, me llamaba: "Chato!, vamos a caminar." Eso de chato es por mi nariz esbelta, aunque luego con el tiempo me di cuenta que era un mote de cariño que ella solo usaba con los seres varones, solo varones, que ella quería.  Mamá era medio machista.  Se ponía su capa y sacaba  la sombrilla, yo mi capa con su gorro.   Ambos nos poníamos  a caminar, no lejos, por la cuadra, alrededor de la manzana Lo importante era caminar en la lluvia, sentirla sobre uno, su frescor en la cara. Mamá, yucateca al fin, tenía su mayismo detrás de la oreja,  por eso la naturaleza le era importante, así como su chocolate caliente con su torta de maíz  o panetela de merienda.

Reviví ese momento, son de esas pocas cosas gratas de la vida, que quedan atrás, pero siguen ahí. Hace tiempo que mi mamá  y yo no nos comunicamos. Debe estar ocupada que no me llama. Su cuerpo está junto o arriba del de mi primer cuñado, Nino, realmente se llamaba Benigno, pero con ese nombre, mejor Nino. Mi hermana años más tarde valientemente volvió a casarse.

Pues  sí, ella está  o lo que queda de ella en un memorial donde se entierra en tierra y por razones de espacio, uno va encima del otro. Mamá murió segunda, después,  por eso está arriba, en  Miami, la nueva capital o quizás sea mejor decir la “meca” de nosotros los apátridas, que nunca dejamos de ser de esa isla lagarto incrustada en el  Caribe, pase lo que pase, suceda lo que suceda.

Ya estoy deseando que vuelva a llover y decirme a mí mismo, "Chato, vamos a caminar!"

04, octubre 2010

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