En uno de los capítulos finales de la serie “The Pacific” el personaje principal regresa a su casa y se encuentra que todo ha cambiado, el mundo que dejo ya no es el mismo. Va en búsqueda de estudiar, trabajar y acude con sus papeles a una entrevista donde una chica le empieza a hacer preguntas de lo que aprendió en la guerra como mecánica, electricidad, y la joven entrevistadora no entiende que el excombatiente no hubiese aprendido ni un solo oficio en todo ese tiempo fuera de su país . El le responde con coraje,” me enseñaron a matar japoneses, sólo a matar japoneses y eso lo sé hacer muy bien”, deja los papeles y se va. Cae en depresión. Nadie entiende, ni su madre, ¡que es mucho decir!
Cuantas veces asumimos que las personas por tener cierta edad deben saber, deben haber aprendido o por ser de un país especifico, como el mío, por ejemplo, por estereotipo; deben hablar por los codos en tono alto, usar las manos a diestra y siniestra mientras hablan, o debieran dominar x, y, o z, porque si de es de allá debe ser así.
¡Hay tantas cosas que yo debiera saber hacer y no sé!. Bailar por ejemplo. No tuve tiempo de aprender a bailar. No recuerdo haber visto bailar a ninguno de los que como yo dejamos de vivir una etapa de nuestras vidas. El tiempo se nos fue en reuniones, lecturas, trabajo, estudio, aprender a armar y desamar armas, a manejar otros elementos, a dedicar nuestra atención a otras cosas como ser útil a los demás, a la patria, a prepararnos y luego a rezar, orar y a estudiar y estudiar y auto conocerse, auto analizarse, y a seguir orando y estudiando. El baile no estaba en esos estudios, la música clásica, si. También estuvo el usar la guitarra y las maracas en nuevos cantos para la comunidad, y el tratar de hacer un conjunto musical para acercarnos a los jóvenes de otra manera, y formamos” Los Testigos”, pero no había baile.
Trate de aprender con Marisol Almonte en Santiago, pero ya era tarde. Esas caderas, no se mueven, nada. “Es que no sientes las música”. Juan Luis me ayudó un poco con su música inicial, porque la siento y eso hace que te puedas mover, si no sientes no te mueves. Puedes sentir la cintura de tu pareja y tratar de hacerlo, y contra mas te gusta esa cintura, pues mas te dejas llevar y te mueves, y si no te gusta ese movimiento de cintura, te pierdes, te quedas pensando que no te gusta esa cintura, no la sientes, ni a la cintura ni a la música. Puede que sientas que tu compañera te lleva para acá y para allá, y de pronto piensas que lo haces perfecto, eso crees tú, pero que no te suelte, si te suelta, te paralizas y el calor que te da en todo el cuerpo te está diciendo que haces el ridículo. Lo siento, no sé bailar.
Le he echado la culpa a mi hermana porque una vez me sacó a bailar en el patio frente a la tía Georgina donde nos reuníamos siendo un púber y luego me soltó, diciendo que no sabía, ella NO se recuerda, pero yo SI, el humillado fui yo delante de todos. ¡Contrale, nadie me había enseñado y eso no era prioritario para la revolución, ni para la contra! Mi mamá me ayudó con unos pasitos antes de la graduación de Primaria, para que no hiciera el ridículo que de hecho hice, pero lo de ella era danzón, boleros de aquel entonces, nada de Cha Cha, ni mambo o rumba. En el fondo, la verdad es que desde los doce años de edad sólo hay revolución, desde los trece, casi catorce sólo contrarrevolución, desde los diecisiete noviciados, juniorado, filosofado. Ya es muy tarde. Árbol que crece torcido no se endereza.
Por favor, no me inviten a bailar y si lo hacen que sea obscuro, en medio de la pista y no se le ocurra sonreír porque voy a pensar que es de mi, cuando regrese a la mesa o lo que sea, no diga de esta boca es mía. No me dé en el dedo malo, no sé bailar, lo sé, aunque sea de la isla, y todos ellos bailan bien, y saben disfrutar de la música, pero yo, no. Quizás mueva los pies yo solito en privado si oigo un bongo o un tambor, y me dé por tocar la mesa con las manos por aquello del negro detrás de la oreja, pero más nada. Cosas que se quedaron sin el aprendizaje adecuado, materia pendiente, lo acepto, a regañadientes, lo acepto.
5 de noviembre 2010
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