No viene a mi recuerdo el mes en que me bici me fue robada de la forma mas estúpida del mundo, en mis propias narices, me la pidieron prestada y cuando regresaba dio media vuelta y nunca volvió. Recuerdo que había ese mes, puede que sea mayo, una congregación de campesinos en la ciudad. Una manifestación agraria en el 59, iniciando la revolución.
Durante las vacaciones casi todos los amigos del barrio se iban al campo, a Varadero fuera del país. Yo quedaba. Mi mama y hermana iban al club y yo con ellas. No era muy amigo del club. Me gustaban las galletas de soda con croquetas de pollo o jamón, o las galletas de soda con jamón dulce, queso y pepinillo, nosotros les llamamos las galletas preparadas. No aprendí a nadar y eso influyo, pero lo que mas mas influyo fue que estando en la piscina de los no adultos por poco me ahogo, trague agua, no sabía cómo salir y cuando mi hermana no me vio me busco y encontró abajo luchando, me jalo por el traje de baño y me saco. Esa experiencia no fue positiva, para nada.
¿Qué hacía en esos días de vacaciones? Iba a un taller de bicicletas en la calle38, hacia esquina , en la calle de la Iglesia, frente a una bodega. Ahí aprendí a arreglar bicicletas de tanto mirar y tratar de ayudar, una mano extra siempre es buena. Además, por supuesto , montar mi bici e ir a la esquina de la 38 con 42 donde había un supermercado de chinos que vendían las galletas Gilda que me encantaban, en mi casa compraban por latas las galletas el Gozo, no eran iguales. Al lado del super, una pollera y un limpia botas. El limpia botas vendía también muñequitos o paquitos y yo los cambiaba o los revendía. El limpia botas paso a ser mi compañía de verano; yo llevaba los zapatos limpios a sus clientes a su casa en la bici, me convertí en un “delivery”.
En algún momento de la vida, pienso que en una huelga antes del triunfo de la revolución, el caso es que todo estaba cerrado y no se podía vender mercancías al público; mi continuo estar por esos lares me ayudo a que me despacharan por la parte de atrás lo que necesitabamos del super. Como era de chinos, ellos vivian en el mismo super, atrás.
Ahí conocí al ladrón de mi bicicleta, en esa esquina. Trabajaba de ayudante en la pollera y lógico nos veíamos, conversábamos y todos de una manera u otra nos relacionamos. Capto mi confianza y abuso de ella.
Lógicamente, como sabia donde trabajaba fui con la mano derecha de mi papa en el trabajo, Linares, a la pollera y conté lo que paso y me dieron la dirección del ladronzuelo. De ahí fuimos a su casa y nos recibió su mama, una anciana dulce, cariñosa, de pelo muy blanco y tez muy arrugada. No podía creer lo que su hijo había hecho. El hijo no estaba. Nos fuimos, pero se fue a la policía a dar los datos y lo encontraron.
Esta mano derecha de mi papa fue año y medio más tarde quien luego vestido de miliciano y acompañados de otros, una noche fue a registrar la casa de arriba abajo. No encontraron nada, solo unas revistas Bohemias guardadas que hablaban del triunfo de la revolución y un libro sobre el Sargento Politico el cual se llevo. Por suerte, como no teníamos automóvil, no registraron el garaje . Ahí yo tenia escondido unos bonos del Directorio y unas bombitas de peste; pero la molestia se sintió y en mi padre más aun, pues era la persona de su confianza. Linares había ido personalmente a hacernos sentir humillados, o a humillarlo a él, a mi padre.
Mi papa una vez tuvo carro y casi de una vez choco en el malecón. Más nunca se hablo de carro en mi casa. ¡Para que! El servicio de autobuses que pasaba por la esquina de la cuadra de mi casa era excelente y de noche estaba Manuel y su piquera (taxis). Ya Manuel era como de la familia de tanto ir a casa todas las semanas, a veces más de una vez. Sobre todo de recoger a papa en la noche y hacerlo llegar al hogar.
Volviendo a la bicicleta, el caso es que luego nos citaron a mis padres y a mí, pero solo fue mi mama a la estación o juzgado con Linares donde el pilluelo estaba detenido. Tenía un sombrero de guajiro puesto y el policía lo dijo que se lo quitara que no era digno de llevar ese sombrero de gente trabajadora y honesta. El no hablaba, solo la cabeza baja. La Niágara roja no estaba, nunca supe el final de ella. Su mama estaba allá, llorando, sus lagrimas bajaban por sus arrugas de forma irregular, su pelo cano peinado, no arreglado.
El juez hizo las preguntas de rigor y al final pregunto, creo que nos leyó las caras, si deseábamos seguir con el proceso, con la querella, mi mama y yo nos miramos, vimos a la mama y nos volvimos a mirar y uno de los dos dijo, que no, que su mama no merecía ese sufrimiento. Ahí la mama lloro más. Lo soltaron, lo amonestaron fuertemente. Nunca supe más de él, ni dela viejita con cara llena de canales de tantas lagrimas vertidas en su andar por la vida, ni de la bici. Nosotros regresamos a la casa.
Para mí, que todo mi mundo era en dos ruedas, fue un periodo duro, es como un dueño de auto que pasa a ser transeúnte, peatón. Caminar, autobús, caminar con los paquetes en la mano, charcos, agua, sol y caminar. Allá no se usaban carros públicos o conchos, solo taxis y guaguas. Para mí, caminar y caminar.
Luego llego la oportunidad de conseguir otra, mejor, más sofisticada pagada a plazos y bajo la condición de que yo fuese en ella al colegio y así fue. Llego la tercera bicicleta a mi vida. La primera de rueditas azul, la Niágara roja desaparecida y la nueva JC Higggins niquelada.
Deje de ser peatón.
1 de diciembre 2010
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