“Te veo venir soledad”.
Lo terrible de la soledad no es que no haya más nadie junto a ti o cerca de ti, sino que la única compañía que tienes eres tú mismo. Yo y mis yoes.
Tú con tus recuerdos, ansiedades y angustias. Revivir lo pasado y cuestionarte lo que hubiese sucedido si en vez de hubieses hecho o dicho tal o mas cual. Dudas de si lo que dijiste lo dijiste realmente, o son jugadas de tu cerebro, archivista incompetente.
Volver a sonreír, llorar, suspirar.
Tú con tus pensamientos, con tus miedos, y anhelos. Tú al desnudo. ¡Dios, que feo soy!
Al principio se hace interesante, es como un juego a vercuan tan lejos recuerdas o cuan exacto lo haces. Con el tiempo empiezas a repetir imágenes, a llorar más que antes, a dejar de sonreír. ¿Insensible? Es esa la palabra? Insensible.
La repetición te hace no sentir, te culpas, ¿cómo es que no puedes sentir? Tú contigo mismo
Empiezas con revivir, tratar de volver a vivir, sentir. Buscas los detalles que antes no habías visto, y te imaginas, buscas la imagen adecuada, sublimada.
Estar con un libro, no es estar solo, estas con el autor, sus personajes, sus ideas, su mundo. Estar contigo es estar contigo y punto. Quisieras poder escribir lo que viene a tu mente, como ahora y lo haces; en tu mente, redactas y repites para que no se te olviden para cuando puedas plasmarla en el papel, en la pantalla, en la arena, que no se te olviden, ¡se oían tan lindas tus palabras!
Me dijo Mu-Yien que escribir es la mejor compañía, pues al escribir uno no se siente tan solo. ¡TAN solo!
De repente te duele estar contigo y solo contigo. ¿Que verían los demás en ti? Tú no ves nada.
El pesimismo entra como el anochecer, paulatinamente, arropando suavemente como nube que avanza hasta que ya solo queda ella misma, una nube.
Empezamos a hablar con nosotros mismos, primero en silencio, en nuestra cabeza y de pronto escuchamos nuestra voz, nos contestamos, preguntamos, gritamos, sollozamos, nos oímos, no, no estamos solos, estoy conmigo mismo.
Intentamos hablar con Dios. ¿Qué diferencia hay entre hablar conmigo mismo y hablar con Dios? ¿Quién contesta? Yo, si es que me contesto, a veces ni eso. ¿Quién pregunta? Yo ¿Quien espera en silencio? Yo ¿Y Dios? ¿Y Dios? ¡! Dios!! No está, no contesta, soy yo quien me contesto o es que me descontesto?
Y el silencio ya no es silencio, se convierte en una vorágine de palabras galopantes, en palabras agolpadas, en palabras golpeadas, en palabras sin mucho sentido, pero están ahí. Deseas que se callen, pero tú no te callas.
Intentas meditar, te duermes. El sueno te ayuda a avanzar en el día. Se hace corto el día. Te levantas, caminas y el peso del cuerpo se siente, se resiente todo.
¿Qué hare al otro día? ¿Dónde me quede’ en mis pensamientos y recuerdos? Debo recordar lo recordado, debo recordar…
Tengo que salir. De pronto descubres que es mejor no salir, que no te vean, escuchar otra voz que no sea la tuya. Te has acostumbrado a ti mismo. Te has acostumbrado al yo, sin sorpresas, sin cambios de conducta, de humor; sin adivinanzas, sin dialécticas, ni traspieses, ni egoísmos de otros. Solo tu propio egoísmo., tu propio yo con sus yoes.
Soledad, ¿estas ahí?
3 de octubre 2010, ¡Domingo!, tal como pensé, tenía que ser domingo para que la soledad fuese “soledad “ e hiciese de las suyas. ¡Oh, soledad!
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