Cuando asomamos la cabeza por primera vez o nos hacen
asomar la cabeza entre dos manos que nos halan hacia el mundo exterior fuera de
nuestra madre con su calor y seguridad , solemos llorar. El aire entra en
nuestros pulmones como un huracán y por primera
vez; el dolor de recibir el aire y
expandirse los pulmones es tan lacerante que nos hace llorar. Es un aviso de que lo que viene de ahí en adelante,
no es bueno, el estar por aquí, digan lo que digan, hay que llorar.
Luego si estamos mojados, sucios, con frio, con fiebre,
con hambre no sabemos otro modo de pedir ayuda que el llorar y lloramos,
gritamos. Normalmente vienen en nuestra ayuda, revisan y buscan solución, si
hay que esperar por alguna razón nos cargan, nos hacen que dejemos de llorar,
con susurros, cantos, abrazos, y puede que hasta nos acuesten sobre el pecho
del padre o de a madre para que dejemos de estar intranquilos y de repente, nos
dormimos. Todos felices.
Hay veces que aprendemos con el tiempo a llorar para
conseguir lo que queremos o rechazar lo que no queremos como el comer lo que no
nos gusta o en el momento que no nos interesa. Y ya ahí la respuesta de los que
nos rodean nos es de tanto amor y dulzura, sino de amenaza, de hacernos callar
como sea. Ya somos más grandes en edad y se permite menos el llorar, se toma
como una falta de “carácter” , como una forma de chantaje, de comprarnos y los adultos no quieren ser
comprados y mucho menos ser
chantajeados y de esa manera, pero
adoran ser “comprados” con un cariño, un abrazo de repente, un beso sin razón.
Ese chantaje sí.
Lentamente dejamos de llorar, qué pena!
Llorar es bueno, nos desahoga, nos limpia los ojos, nos
hace más humanos, más sensibles, más en empatía con la realidad. El dejar de
hacerlo, nos endurece, nos amuralla, nos aparata del mundo.
¿Por qué no enseñamos a llorar? ¿Por qué no enseñamos
que no nos quita nada el llorar, no nos hace menos, ni nos feminiza a nosotros los varones?
Si supiéramos llorar, los dolores se limpiaran, rodarían
por nuestras mejillas. Nuestras penas se irían, se agilizarían, se remontarían
al olvido, los hemos borrado con nuestra propia agua salada.
Nos han enseñado a no llorar, a tragarnos las penas, a
romper la puerta, la pared, pero no a llorar. Nos han enseñado a romper los
vasos, la vajilla, el carro contra un poste, pero no a llorar. Nos han enseñado
a no dejar ver los ojos aguados, o rojos, o a gemir en medio del hablar y tener
que respirar hondo para no volver a ser
aquel que sacó por primera vez la cabeza al mundo inseguro.
Debemos empezar a
enseñar a llorar. Eso nos alivia, nos hace más humanos.
Es bien, como dicen en el campo, el que salga su lágrima en una película, en
una canción, en un recuerdo, pero no solo ella, sino él y ella., eso no nos
hace menos, quizás nos haga más.
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