lunes, 3 de junio de 2013

No nos hace menos.


Cuando asomamos la cabeza por primera vez o nos hacen asomar la cabeza entre dos manos que nos halan hacia el mundo exterior fuera de nuestra madre con su calor y seguridad , solemos llorar. El aire entra en nuestros pulmones  como un huracán y por primera vez;  el dolor de recibir el aire y expandirse los pulmones es tan lacerante que  nos hace llorar. Es un  aviso de que lo que viene de ahí en adelante,  no es bueno,  el estar por aquí, digan lo que digan,  hay que llorar.

Luego si estamos mojados, sucios, con frio, con fiebre, con hambre  no sabemos otro modo  de pedir ayuda que el llorar y lloramos, gritamos. Normalmente vienen en nuestra ayuda, revisan y buscan solución, si hay que esperar por alguna razón nos cargan, nos hacen que dejemos de llorar, con susurros, cantos, abrazos, y puede que hasta nos acuesten sobre el pecho del padre o de a madre para que dejemos de estar intranquilos y de repente, nos dormimos. Todos felices.

Hay veces que aprendemos con el tiempo a llorar para conseguir lo que queremos o rechazar lo que no queremos como el comer lo que no nos gusta o en el momento que no nos interesa. Y ya ahí la respuesta de los que nos rodean nos es de tanto amor y dulzura, sino de amenaza, de hacernos callar como sea. Ya somos más grandes en edad y se permite menos el llorar, se toma como una falta de “carácter” , como una forma de chantaje, de  comprarnos y los adultos no quieren ser comprados  y mucho menos ser chantajeados  y de esa manera, pero adoran ser “comprados” con un cariño, un abrazo de repente, un beso sin razón. Ese chantaje sí.

Lentamente dejamos de llorar, qué pena!

Llorar es bueno, nos desahoga, nos limpia los ojos, nos hace más humanos, más sensibles, más en empatía con la realidad. El dejar de hacerlo, nos endurece, nos amuralla, nos aparata del mundo.

¿Por qué no enseñamos a llorar? ¿Por qué no enseñamos que no nos quita nada el llorar, no nos hace menos, ni  nos feminiza a nosotros  los varones?

Si supiéramos llorar, los dolores se limpiaran, rodarían por nuestras mejillas. Nuestras penas se irían, se agilizarían, se remontarían al olvido, los hemos borrado con nuestra propia agua salada.

Nos han enseñado a no llorar, a tragarnos las penas, a romper la puerta, la pared, pero no a llorar. Nos han enseñado a romper los vasos, la vajilla, el carro contra un poste, pero no a llorar. Nos han enseñado a no dejar ver los ojos aguados, o rojos, o a gemir en medio del hablar y tener que respirar hondo  para no volver a ser aquel que sacó por primera vez la cabeza al mundo inseguro.

Debemos empezar  a enseñar a llorar. Eso nos alivia, nos hace más humanos.

Es bien, como dicen en el campo,  el que salga su lágrima en una película, en una canción, en un recuerdo, pero no solo ella, sino él y ella., eso no nos hace menos, quizás nos haga más.


        

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