El otro día me cuestionaron sobre cómo me divertía y me he quedado con esa pregunta dando vueltas en la cabeza y he llegado a la conclusión que soy más bien de pasarla bien, cómodo en “contemplación”.
Lo que realmente más me gusta es una buena conversación, estimulante donde uno aprende, se abre un horizonte distinto, desconocido, te maravillas. Si este intercambio va acompañado de su trago y su picaderita, mejor, pero no es necesario.
Lo segundo es caminar por la playa, dentro del agua, por la orilla. Sentir la presión del agua sobre los tobillos al caminar hasta que te duelen los muslos. Ver los cangrejitos salir correr, esconderse. Sentir la brisa del mar, el leve vaivén de las olas. Ver el horizonte cambiante. Sentir la tranquilidad que el mismo paisaje te inspira.
Sentarme en los arrecifes y sentir como las gotas de agua caen como pequeñas espinas sobre el rostro. Con el tiempo salir empapado con ese olor a mar y sabor a sal en los labios.
Una buena novela que desde que uno empieza te atrapa, te domina y no puedes abandonarla, desprenderte de ella; trata uno de dejarlo para más tarde, pero que va, la novela puede más que un imán; sigo y sigo leyendo hasta que los ojos se cierran de cansancio.
Un buen libro que me aporte algo nuevo, significante, no repetitivo, y con información suficientemente apoyada en fuentes reales, posibles de verificación si quisiese. No palabras bonitas que son sólo eso, bonitas, bien escritas, pero nada más.
Un oír música, de antes, de ahora, nueva, diferente, instrumental, cantada, clásica, moderna; no importa, pero sientes que te transforma, te lleva, te oxigena, te nutre, te sube por las venas, la respiras, la lloras, la gozas, la sientes; se convierte en parte de ti y viajas como si estuvieses sobre una alfombra mágica.
Una buena comida, donde no hay sabores que sobresalgan, donde no haya durezas en la carne no importa cual; que no sepa a mar, a pollo, a becerro, a capado. Que me desafíe a saber cuáles son sus condimentos y yo tratar de copiarla, hacerla en un futuro y compartirla con quienes amas. Contra más simple la comida, mejor.
Un buen vino, aunque no soy catador. Una buena bebida acompañada preferiblemente de una buena conversación.
Un buen tabaco que queme al unísono. Sientas su aroma y te traslade a una tierra, a un paisaje, a una naturaleza húmeda que quedo en el ayer, pero que día a día te carcome las entrañas como buen hijo que nunca has dejado de ser.
Una buena película o serie televisiva que te llegue a lo más profundo, te haga volar, soñar, reír, llorar y después de terminar la sigues viendo en tu imaginación, rumiando sus palabras, escenas.
Lanzarle a mi inseparable Ton una y otra vez su pelota que el defenderá con sus patas y boca, pero cuando no le haces caso te gimiera suplicándote que sigas jugando con él hasta que se cansa o yo me canso, o ambos nos cansamos y no damos más y nos echamos a dormir.
El cantar de los pájaros, el chillar de los grillos, la lluvia caer, el rio pasar; sentir la brisa chocando con tu cara y tu cabello moverse haciéndote cosquillas en la frente. Ese sonido trasladarte al no tiempo, al no espacio.
Sentarme sin hablar o hablando, a veces no hace falta hablar, con uno de los hijos o con todos o parte. Compartir la palabra o meramente compartir el silencio que no es silencioso.
Recientemente, hoy día, ver la sonrisa de Jorge Eduardo, sentir su baba cayéndote, aguantar su cabeza con la mía. Desear que pudiese recordarse de mi persona y de esos momentos cuando sea mayor a sabiendas de que no será posible. Como dejarle el mensaje grabado en el subconsciente que ese era su “Avinu” y que no lo engavete en esa parte del cerebro llamado "olvido".
Así me divierto; sin alboroto, sin bulla, siendo uno con la naturaleza, compartiendo, siendo parte de otros… otros corazones siendo uno conmigo.