Pienso que desde que
somos seres humanos siempre ha existido el instinto de meter las narices donde
no nos llaman, escuchar lo que otros dicen, ver lo que otros hacen y quizás
hasta divulgar todo lo anterior a un tercero.
Nos asustamos
porque nos dicen que por los medios actuales los gobiernos nos
acechan. Siempre hemos tenidos calieses, dentro de un “cepillo” que corra las
calles o fuera de las mismas, o ¿por qué cuando queremos decir algo importante
o personal o de familia nos alejamos donde solo la naturaleza nos oiga o
cerramos las puertas y bajamos la voz?
Es difícil que cuando
uno abre la ventana y de pronto ve una escena “interesante” en casa del
vecino, no quedarse viendo, observando, detallando, según sea el caso. Y
si la escena es repetible a cierta hora del día, el esperar con todo entusiasmo
el acechar.
Ahí tenemos el caso
del fotógrafo profesional que se dedicó en USA a tomar fotos de sus vecinos en
posiciones agradables como de rodillas limpiando, desayunando, durmiendo,
acurrucándose. Usó un lente a distancia y buscó, buscó y tomó fotos y luego las
presentó en una exposición siempre sin dejar ver la cara de sus vecinos a
distancia y mantener la “privacidad” de sus modelos, ellos ajenos a todo.
En las ciudades con
edificios altos es común que las personas tengan telescopios no para ver las
estrellas, sino escudriñar a sus vecinos, o con catalejos que ya es más
obvio. No obstante, a nosotros nos gusta sentarnos en el portal, en el balcón,
en la acera y llevarle la vida a todo el que pasa y si aparece una cara
desconocida dejamos todo y la atendemos con la mirada escudriñadora, quizás
hasta nos levantamos un poco disimuladamente del asiento hasta que desaparece
de nuestro propio radar.
Dejamos en el cuarto
de los hijos aparatos que nos permitan oírlos y así determinar lo que hacen por
si algo anormal ocurre. Ya no nos basta lo anterior y ponemos cámaras que lo
vigilan a él o a ella y a la niñera. Incluso desde el trabajo podemos
vigilarlos en nuestra computadora. Hay escuelas que como un plus venden que
siempre hay una cámara en el aula y puedes ver desde tu casa o trabajo a tu
hij@ en clase, y determinar el comportamiento del hijo o hija y del profesor o
profesora.
Yo recuerdo en
Santiago como había superiores míos que se ponían en el pasillo a oír lo que yo
hablaba en clase. Y en la época del Doctor al levantar el teléfono sentíamos en
mi casa que alguien más nos escuchaba. En esa época uno se puso paranoico
esquizofrénico ya que hasta veía y sentía que te seguían. El paletero te llevaba
tanto tu vida que hasta se atrevía a preguntarte por Y o Z que
hacia tiempo no veía cerca de uno, de hecho yo supe del accidente de un
compañero jesuita por un paletero que me lo comunicó; él en la 30 de
marzo y el accidente por Gurabo, a varios kilómetros de distancia.
En la Sarasota con
Churchill viene uno de los jovenzuelos a limpiar el vidrio del auto y le digo:
“no tengo menudo” y me contesta: “maestro, no se preocupe, me lo debe, ¿usted
no es el que siempre está parqueado en la Lincoln, en el colegio?”
Estamos siendo vigilados.
¿Quién de nosotros no
se ha puesto en Google a buscar su casa, su calle? ¿Quién no ha tratado
de saber por dónde anda un ser querido gracias el GPS?
Como la ropa hoy día
delata lo que uno tiene debajo de la misma, ya ni nos fijamos como hacíamos
antes cuando hasta ver un tobillo nos hacia latir el corazón. Ya lo
normal es ver de reojo o de forma directa la cantidad de inicio de nalgas o
rayitas tanto en varones como en damas a medida que uno camina por el supermercado.
Otra es ver toda gama de colores de calzones íntimos y el caso es que los
vemos, los vitillamos con menor o mayor intensidad dependiendo del caso
en cuestión.
No olvido la
profesora o más bien la situación, en que ella no se sentó muy bien que digamos
y yo puber-teenager; aunque tocase el timbre para recreo, tuve que
esperar un rato para poder levantarme. Problema de ver lo que es ajeno.
Las series de
televisión nos han enseñado que muchas personas son buscadas y encontradas
usando las cámaras de vigilancia que pululan en todas partes y las cuales uno
no sabe que te toman y guardan para un futuro. Estamos en un supermercado y hay
lámparas que no son lámparas, sino cámaras escondidas y te graban, te
acechan. Ahora nos avisan que van a poner cámaras en el gran Santo
Domingo, así como en Moca por su propio ayuntamiento.
Los espías siempre
han existido. Avisan cuando el enemigo se aproxima, su potencialidad, el robo
de armamento, ideas. Así como el espionaje industrializado tan popular en un
pasado reciente entre los del este y los occidentales, y luego las replicas más
económicas. Acechando lo nuevo y robar la idea, la información.
Leo en las noticias
que una cigüeña que venia de Hungría a Egipto fue capturada porque tenía un GPS
y podía ser un instrumento de espionaje. La soltaron más tarde para que
siguiera su traslado anual, su migración anual. Ojalá que pueda haberse unido
al resto y no haberse quedado sola y rezagada y por tanto, en peligro. El
pánico al espionaje. (¡Oh, no! Leo ahora que la pobre cigüeña fue digerida por
una familia cercana al ella quedar sin rumbo.)
Ya cada vez hay menos
privacidad. Antes seria que nos vigilasen por una ventana entre abierta, el
cerrojo de las puertas, un hoyo en la pared; ya hoy el celular nos delata donde
estamos, y por medio del mismo pudiesen oírnos, vernos. Es más, gracias a los
celulares actuales, desconocidos nos toman fotos, nos graban, nos oyen sin
nosotros percatarnos, ya todos nos hemos vuelto unos paparazzi. Los
programas de noticias promueven cada vez más que uno sea un paparazzi para su
estación o cadena de televisión.
Así que no hagamos un
drama que hasta el satélite puede encontrarnos, enfocarnos, leer el número de
la placa, ver lo que hacemos, grabarlo y luego usarlo. Si usted no quiere ser
espiado, retírese del mundo bajo árboles frondosos sin usar nada electrónico y
sobre todo, sea un don nadie, trate de pasar desapercibido, pues si usted
es importante para alguien como quiera te rastrearán y te acecharán.
Y no pregunto quién
no ha sido un fisgón, acechador, vitillador, husmeador, entrometido u algo
parecido alguna vez en su vida, porque ¡para qué preguntar lo obvio!