Mary Tere la amiga intima de mi hermana vivía frente a nosotros en Kohly, el reparto, en un edificio de apartamentos. Ella tenía amores eternos con Federico. Yo la encontraba lo más bella del mundo, la veía desde lejos, ¿qué podía hacer? Un bicho de 7 u 8 años y ella una adolescente bien formada. Cuando entre en la pubertad la diferencia se sentía menor, siempre desde mi punto de vista, pero no el de ella que solo se reía con mis miradas al descuido. Hace unos meses la visite, visita familiar, sigue siendo todo una mujer.
Casi en frente de nosotros vivía una familia con dos hijos. El varón, menor que yo, andaba para arriba y para abajo conmigo en la bicicleta y su hermana mayor, era otra cosa. Su padre era funcionario del nuevo gobierno, la madre siempre en casa confiaba en mí hasta la tapa, por eso su hijo andaba conmigo para arriba y para más arriba. Una vez, unos vecinos que vivían entre ellos y el edificio de Mary Tere, me denunciaron por haberles roto las instalaciones de agua. El gobierno revolucionario estaba instalando la línea de gas en la cuadra justo al lado de la tubería de agua, alguien dio un picazo y como no había agua en servicio a esa hora, no se dieron cuenta del hoyo en cuestión. Nosotros pusimos piedras para evitar el géiser. El caso es que termine dentro de una perseguidora, patrulla de la policía, ya que los oficiales muy cortésmente me fueron a buscar a mi casa. Todos los vecinos viendo el caso. Cuando la señora me vio en la patrulla salió a defenderme, a su trabajadora del servicio le dio un ataque en el piso con patadas y todo, como epiléptico. El caso es que lograron sacarme del carro policial y no me llevaron. Gracias a la mama de María Cristina volví a respirar y mi mama también.
Como podrán darse cuenta, tenía todas las de ver a María Cristina cuando quisiese aunque era más fácil que ella fuese a verme a la escalera de mi casa y ahí hablábamos y nos enamorábamos hasta que vino un fuego inmenso en la 41. Se veía el fuego desde la casa y era a solo cuatro cuadras. Las llamaradas ahí ¿qué hace un varón ante eso?, ir a curiosear. Deje a María Cristina plantada en mi escalera y bici en mano, a ver el fuego. Ese fue el final de las visitas de María Cristina.
Todas las tardes pasaba ese Ford gris del 56 placa 40870 para ir a la calle 38, detrás de nosotros la 42ª. Inmediatamente tomaba mi bici y cogía la 38 en contraria para verla bajar. Delgada, rubia, pelo largo, distante. Nunca supe su nombre, ella ni se daba cuenta de mis piruetas, o se hacia la que no, pero sigue siendo la rubia del Ford gris.
Detrás de mi cuadra había un garaje donde se guardaban vehículos y detrás vivía una familia de apellido Fernández. Eran varios hijos, entre ellos dos hembras, la más pequeña, Josefina. Nada que pueda abundar mucho salvo que al salir yo de la isla mantuvimos un intercambio de cartas bastante fuerte y oh, sorpresa, un día tocaron a la puerta y ahí estaban las dos hermanas. Caminamos y caminamos los tres, al otro día ella iba para Nueva York. Lo escrito se quedo escrito, las promesas quedaron ahí, mas no volvimos a saber el uno del otro.
Mi primo Manolo me hizo conocer a Rita, la alemana, no sé si era alemana o no, pero así le decíamos. La conocí en el verano donde estudie “maquniiilla” typewriter, en el Ada Merritt, el junior high cerca de donde vivíamos por la 6 avenida y tercera calle. Yo privaba en buenon con mi tiparillo en la boca y siempre bajo la tutela de mi primo Manolito, el que sabía qué hacer. Le pedí amores, negado, solo me ofrecía amistad y yo de bien entrenado dije que no podía verla como amiga así que o todo o nada, me quede con nada y me fui como un cohete. Recapacite. La insistencia es un arte y el hablar por teléfono otro, y de esto mi primo Manolito no me enseño nada, sino que lo improvise y todos los días llamaba, ella lo tomaba, hablábamos y a esperar hablando la canción, Goobd bye my love, pleasent dreams… Mi tía Georgina me hizo dejar el teléfono, mucho tiempo hablando, decía, gracias a ella empecé a visitarle, cerca del rio, por la Flagler y… cayo, la insistencia. Tanto la busque para luego dejarla por Haina, que cosas, eh! Una vez fui a buscarla, vestido de negro y mi cuellito blanco en el medio y todo, cosas de las “materias pendientes”, pero ya el barrio era diferente y nunca la encontré.
Maria era un amor, debe seguir siendo un amor, en Los Teques, Venezuela. Me volví loco, perdí los estribos, pero cosas de Dios, no podía, que dolor, que incertidumbre, pero las cosas de Dios predominaron.
Miled tiene razón, si viese hoy a esas maravillas puede que ya no lo sean. Me dijeron que María Cristina vivía en Nueva York y estaba no muy visible, las caderas demasiado pronunciadas para ser modesto. Maria de Venezuela, la busque cuando fui, hable con su hermana, ella se había mudado de pueblo para Barquesimeto casada, me reiteraron que muy bien casada con un medico.
¿De Dominicana? No, de por acá, nada que contar, es mejor así.
15 de octubre 2010, en honor de Miled Ramia que me hizo recordar.