jueves, 2 de diciembre de 2010

Aun recuerdo los sabados. Num. 4

Todavía recuerdo los sábados.   Mi hermana cumplió 15 en noviembre  y estos fueron celebrados en mi casa. Las amigas de mi hermana, todas que yo recuerde, lo celebraron en un club, en nuestro caso mi papa voto la casa por la ventana. Hubo que sacar todos los muebles para que pudiesen bailar en la sala, hubo un grupo musical modesto  y el toca  discos; mucha  picadera de croquetas, cangrejitos, pastelitos y las bebidas con mozos que iban y venían por la casa, que no era grande, para mí era inmensa en aquel entonces, pero no, era pequeña, diminuta para tanta gente. Al otro día  las amistades  dijeron que se habían divertido mas en esta fiesta que en las otras, al menos eso grabe.

Alrededor de los 15 de mi hermana yo relaciono la época de Lucho Gatica con La Barca, El reloj; Nat King Cole, Los Cinco Latinos. Todo romántico.  También relaciono el ataque de los estudiantes universitarios del Directorio al Palacio Presidencial en época de Batista y la muerte de José Antonio Echevarría cuando intentaba entrar a esconderse en la universidad por una pared lateral. Su imagen el piso también la grabe. Fue en el 57.

Al cumplir mi hermana los 15 yo andaba por los 7, puede que sea coincidencia, pero relaciono sus quince con mis salidas con mi papa los sábados, de ahí que les conté lo de los quince.  Dicen que a los siete años uno  entra a la edad de la razón, el caso es que todos los sábados en la mañana mi padre y yo salíamos temprano caminando por nuestra  cuadra  hasta la esquina por donde pasaban los autobuses casi cada 30 segundos, uno diferente y ahí tomábamos la 22 o la 28 hasta 12 y 23, cerca del cementerio y donde preparaban los sándwiches cubanos por excelencia. No íbamos ni al cementerio ni a comer sandwiches, sino a tomar otro autobús dependiendo a donde fuéramos a ir luego. Hacíamos una trasferencia.

Visitábamos unas propiedades en las que había invertido para nosotros para cuando creciéramos, unas casas en construcción. No recuerdo para nada donde era.  También íbamos al canal 4 cerca de la universidad  o a la CMQ y no hacía falta transferencia. También visitábamos el periódico El Mundo, si mal no recuerdo, y por supuesto a la oficina de publicidad McErickson en el Malecón donde  trabajaba  y era vicepresidente; debajo,   en el edificio, se vendían autos y entre ellos el Excel de corta duración en el mercado. A veces me enseñaban distintas caratulas, trabajos o cajetillas de varios colores y yo seleccionaba la que me gustaba y decía por que me gustaba y anotaban. Cuando lo veía publicado o en TV me daba un gusto interno saber que yo lo había escogido.  Pasábamos rato en la oficina y de ahí se terminaba en la bodega, a unas tres cuadras, donde se juntaba a jugar cubilete y beber sus cervezas o high ball y yo a picar galleticas preparadas y refresco.

El recorrido  que mas me gustaba y aun adoro es cuando íbamos al centro de la ciudad por Galiano y San Rafael, pienso, no estoy seguro y en la Opera abajo había una cafetería que vendían constantemente pastelitos de carne, cangrejo, pollo, camarones,… por acá le llaman turquitos.  También caminábamos por la Habana Vieja, el Prado. Me fascinaba estar con mi padre y salir con él, era una forma de participar de su vida.  Claro, no permanecíamos mudos todo el tiempo, sino el me explicaba, me mostraba y compartía su vida, su forma de pensar.

Llegábamos siempre puntuales para el almuerzo de cada sábado cerca de la 1 de la tarde.

En Miami no salimos mucho, o no salimos. De esa época lo que mas recuerdo es a mi padre llorando, mordiéndose la parte superior de los dedos y sentado en un butacón viejo, de terciopelo rojo.  Yo  llegaba de la calle y  lo vi, le pregunte qué pasaba y solo me contesto que no tenía dinero, se sentía mal y no había ni para un cigarrillo. El siempre fue fumador empedernido de cigarrillo negro hasta que le dio su primer golpe de corazón.

Al  pasar por Chicago en el verano, antes de venir para Dominicana en el 64 volvimos a salir los sábados. Ya muy distinto.  Caminábamos por la cuadra no buscando el autobús sino el tren elevado que pasaba como a tres cuadras del apartamento. Ahí  subíamos las escaleras para  montarnos en el tren hasta el Loop o centro de la ciudad.

Ya no había oficina, de hecho nunca conocí donde él trabajaba como ascensorista de esos ascensores de palanca y cerrar la reja, para luego ser contable y terminar siendo jefe de contabilidad de una firma de publicaciones.  Eso es otro cuento.   El deseaba mostrarme a donde él iba todos los días antes o después del trabajo, no sé como la encontró, porque dio vueltas, dobla aquí y allá, ahí estaba una capilla pequeña con muy poca luz y personas.  Iba todos los días a estar un rato con Dios. No le gustaba que lo viesen estar con Dios, me lo imagino llorando y mordiéndose los dedos de vez en cuando ya sea por una cosa u otra. Estar vivo es más difícil que no estarlo, y el poco a poco se moría internamente, pienso que lo sentía así, mas aun si yo me iba y los dejaba solos, a él y a mi madre.  Uno de joven es egoísta con los que quiere, no aquilata su cariño y valor. El tiempo nos enseña. El no murió físicamente de una vez, es que lo sentía, se apagaba, uno se cansa de luchar, caer y levantarse, el cuerpo lo siente. Todavía no era hora,  le faltaba dos ataques al corazón y luego el definitivo.

A otro sitio que me llevo fue a una iglesia grande, como las de allá y se daba la misa y desde el comienzo hasta el final dos sacerdotes daban la comunión continuamente a personas que entraban comulgaban y se iban. Eso me impresiono, no sabía que había en aquel entonces tanta gente joven que salía del trabajo en hora del lunch y como parte de su  almuerzo, el cuerpo de Cristo.  

No había pastelitos de guayaba, pero si una cafetería que frecuentaba a tomar algo y entramos. Nada especial, nunca como en la isla. No puedo dejar de decir que en esas salidas entendí por que le dicen a Chicago la ciudad de los vientos. Había,  momentos en que nos teníamos que agarrar  uno al otro para que el aire no nos tumbara al cruzar las calles o caminar pegados a las paredes de los edificios. ¡Ya me imagino eso en invierno!

Aprovecho en esos días a que escuchase con detenimiento una canción de Dean Martin que a él le gustaba y se oía en aquel entonces, “Everybody Loves Somebody”.  La parte que preferia era    “if I had it in my power I would arrange for every girl to have your charm…every boy would find what I found in your arms”.
Puede que fuese  una forma de  hacerme ver que existía otro tipo de amor y no solo el camino que yo estaba escogiendo en aquel entonces. Hoy día esa canción es el “timbre” de mi celular. Los sábados aun me gusta comer mis turquitos, en su honor, por supuesto.       

  17 de noviembre 2010

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