sábado, 28 de mayo de 2011

Nomias, segunda parte

Heteronomia.

Es el segundo escalón en el proceso de nuestro desarrollo. Entiendo que es una etapa  larga y quizás la más importante, no es posible una  tercera etapa sin cumplir la segunda: Aceptar la autoridad y por ende reconocer la misma.

Los adultos  de alrededor son los policías del momento;  se ha de manifestar con fuerza  cuando entramos a la educación inicial, o a la básica directamente. Aquí la edad varía según el  grupo socio económico al cual pertenezco, a mi región o país, a mi cultura y mis costumbres, aquí entran otros factores que yo no domino tampoco, no puedo controlar, pero todos ellos van a determinar cuando entro a la escuela, al taller, al lugar de aprendizaje de mi medio incluso a la cocina de la casa que puede ser el caso  para muchas del género femenino  que no van a la escuela por  costumbres ajenas a las nuestras.

En el centro de enseñanza  nos dicen donde nos sentamos y cuando uno puede pararse, tenemos que hacer fila, pedir permiso para ir al baño, hora para esto o aquello, un uniforme o forma específica de vestir, como sentarse, cuando pararse, que viene primero y que viene después, compartir, darse la mano, guardar tu distancia, no tomar lo que no es tuyo, recoger después  de terminar, dejar todo en su lugar, orden, respeto, pedir perdón, lavarnos las manos antes y después de comer e ir al baño, comer al paso, beber tranquilo sentado, sin correr . Mirar, oír, escuchar, cantar, dibujar, bailar, descansar, tomar una siesta. Todas son acciones que bien aprendidas nos son útiles el día de mañana al crecer. Son medidas para poder vivir en paz y en armonía con otros.

Las clases medias y altas inscriben a  sus hijos a un centro de cuidado a veces de meses.  Lo normal es tener 5 años en pre primario para tener 6 al comenzar primero de la básica, y graduarse de bachillerato con 17 o  18 años, la adultez civil;  por tanto 4 para kindergarten o jardín de juegos, 3 en infantes,  2 en nido, uno en “toddlers”.  Las clases bajas los mandan a la escuela a los 7 años o más, si es que lo hacen. Ya aquí hay una diferencia social marcada.  Los de clase media y alta subirán a la próxima etapa con más facilidad que los de las otras clases sociales. Las clases sociales bajas necesitarán más del policía visible para cumplir las normas. No nos equivoquemos, hay personas de clase alta y media que sin supervisión no funcionan adecuadamente, son egoístas o yoistas.  Así como de la baja no necesitan de policía alguna. Podría decir que la base familiar hace la diferencia.

Una familia con normas claras, con decisiones tomadas en común, normalmente a la mesa, hacen lo diferente. Una madre que es madre y no sólo una progenitora, una figura varonil de padre, o de tío, o abuelo, pero existente hace la diferencia.  La escuela educa, pero sin la familia como zapata inicial de todo el proceso, se edifica con base arenosa, no muy solida, es una combinación de elementos.

Aceptar la autoridad es detenerse en la vía en rojo aunque no haya un solo vehículo cerca de uno como enseñan los suizos. Aceptar la autoridad es no cruzar la calle hasta que el semáforo lo diga o hacer filas derechas sin titubeos para alcanzar un objetivo como los japoneses nos han enseñado. Aceptar la autoridad no es bajar el celular cuando veo al policía o Amet. Aceptar la autoridad es ir a la velocidad establecida aunque no haya radares por mi bien, de los que van conmigo y los que están fuera del auto.

¿Estoy  soñando? Puede que sí.  Los suizos  y los japoneses lo hacen, ¿y nosotros por qué no?  Si viajamos fuera del país cumplimos, por miedo a la multa, a la deportación, a la cancelación de visa,  a lo que sea, pero lo hacemos, Se inicia con el temor al castigo. Hay castigos físicos, y también los hay morales, estos duelen más. El silencio, el no beso, la espalda, duele más que un latigazo.

Estamos acostumbrados a ver lo negativo y señalarlo, pero los estudios dicen que nuestro cuerpo se adapta al triunfo reconocido más que al castigo, al recibir reforzamiento positivo el cuerpo sigue buscándolo, por lo que debemos premiar más y castigar menos. Puede que la política de bajarte la cuota del pago de un seguro cuando no hay accidentes sea  lo  correcto, lo que deberíamos imitar.  Premiar lo realizado. Poco a poco el cuerpo luego lo hace como hábito, como el conducir y  montar bicicleta, lo rehacemos sin  damos cuenta, no pensamos, a veces ni cuenta nos damos  que estamos conduciendo,  llegamos  al sitio y nos preguntamos: ¿cómo lo hice?, no me di cuenta, estaba en automático.

Pero el premio no tiene  que ser algo material, puede ser un beso, un abrazo, un color, una estrella, algo que guardo de recuerdo, pero no tiene valor en sí. Hoy día por ser  una sociedad de consumo liberal capitalista  tendemos a premiar con cosas que valgan $$$$ y estamos diciendo que lo que vale realmente es el $$$$ y no lo que somos por dentro. El reconocimiento social es un premio. El hoy sentarme en la cabecera de la mesa, el hoy ser el primero en servirme porque hice algo digno de ser tomado en cuenta; no lo que ya  dominaba y era parte de la normalidad, de lo que debo hacer siempre; sino por haber hecho algo  que es fuera de lo normal, algo que aún no había dominado del todo, o internalizado, aprehendido.

Siempre que necesitamos de supervisión para hacer nuestro trabajo diario nos dice que todavía no hemos dominado esta segunda etapa. Si el jefe no está es cuando más y mejor debo hacer las cosas, no aprovechándome de su ausencia. Ahí está la diferencia.  El ser responsable, capaz de responder a lo que me piden sin supervisión, yo mismo me exijo.

Si no reconozco la autoridad no podré vivir en sociedad y pasaré a ser un sociópata, un inadaptado, un posible delincuente. Si no entiendo que las normas son para poder vivir en comunidad, no podré vivir en ella. Otro cantar es cuando hay normas que van contra mi derecho como persona, como ser humano.  Ya yo puedo decir, usted se pasó, eso no es así, yo tengo mis deberes, pero también tengo mis derechos. ¡Aguante ahí!, no hablo de sumisión, sino de respeto.

En la antigüedad los mayores eran los consejeros, los que decidían, los del senado. Las canas, la experiencia dan la autoridad y el respeto necesario para convivir. No es el miedo, no es el arma, el tolete,  o el uniforme. Es la sabiduría del adulto que reconozco, escucho y acepto en su totalidad o en parte, pero parto de sus conocimientos y experiencias.

Desgraciadamente nuestra población en su mayoría aún anda por aquí necesitando del “Big Brother” que lo vigile con sus cámaras ocultas para hacer lo esperado y correcto: respetar, convivir sanamente y en armonía en grupo, en sociedad, en comunidad. 
              
    3 de abril del 2011.

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